Para que la piedad que sentimos por los demás sea una auténtica compasión, tiene que ser activa. Esto es: no basta con sentir interés, con expresar afecto o con reconocer las necesidades y el dolor de las personas que sufren.
La verdadera compasión lleva consigo una determinación práctica y sostenida de hacer todo lo que sea posible para aliviar su sufrimiento. No está de más reflexionar sobre los mil ojos y los mil brazos con los que la iconografía tibetana representa a Avalokiteshvara.
Una de las grandes fuerzas que limitan nuestra compasión es la egoísta protección que le brindamos a nuestro yo, sin reparar en que el apego y el culto que le rendimos a ese ego son la raíz del daño que hacemos, no sólo a los demás, sino a nosotros mismos.
«Si ─como dice Shantideva─ todos los daños, miedos y sufrimientos surgen de aferrarse a uno mismo, ¿qué necesidad tengo de soportar tan grande espíritu maligno?» Dicho de otro modo: ¿Por qué tarda tanto en aparecer en nosotros la resolución de trabajar incansablemente en la tarea de abatir a ese enemigo?
Si la compasión es el aliado ideal para el vencimiento del yo, y para dejar de vagar en el samsara, ¿por qué no comenzamos su práctica cuanto antes? «Los niños ─sigue diciendo Shantideva─ trabajan en su propio beneficio; los budas lo hacen por el beneficio de otros. ¿Hay necesidad de decir más?»
Sogyal Rimpoché
De «El libro tibetano de la vida y de la muerte»
Para que la piedad que sentimos por los demás sea una auténtica compasión, tiene que ser activa. Esto es: no basta con sentir interés, con expresar afecto o con reconocer las necesidades y el dolor de las personas que sufren.
La verdadera compasión lleva consigo una determinación práctica y sostenida de hacer todo lo que sea posible para aliviar su sufrimiento. No está de más reflexionar sobre los mil ojos y los mil brazos con los que la iconografía tibetana representa a Avalokiteshvara.
Una de las grandes fuerzas que limitan nuestra compasión es la egoísta protección que le brindamos a nuestro yo, sin reparar en que el apego y el culto que le rendimos a ese ego son la raíz del daño que hacemos, no sólo a los demás, sino a nosotros mismos.
«Si ─como dice Shantideva─ todos los daños, miedos y sufrimientos surgen de aferrarse a uno mismo, ¿qué necesidad tengo de soportar tan grande espíritu maligno?» Dicho de otro modo: ¿Por qué tarda tanto en aparecer en nosotros la resolución de trabajar incansablemente en la tarea de abatir a ese enemigo?
Si la compasión es el aliado ideal para el vencimiento del yo, y para dejar de vagar en el samsara, ¿por qué no comenzamos su práctica cuanto antes? «Los niños ─sigue diciendo Shantideva─ trabajan en su propio beneficio; los budas lo hacen por el beneficio de otros. ¿Hay necesidad de decir más?»
Sogyal Rimpoché
De «El libro tibetano de la vida y de la muerte»