Un grupo de adeptos que intentaban adaptarse a la vida espiritual invitó, a la casa de uno de ellos, a un maestro de meditación para que los instruyera. El anciano mentor les dijo que debían hacer un esfuerzo para liberarse de esa inclinación que tenían a reaccionar visceralmente frente a los hechos de la vida diaria.
─Deben adoptar ─les dijo─ una actitud de reverencia y de sincero deseo de poner en práctica un método de meditación que les permita darse cuenta de que la vida espiritual debe estar presente en todo.
─Encuentren un procedimiento que les permita ser conscientes de todo ─continuó─, no sólo durante el período de meditación; sino, constantemente, en cada instante de la cotidianeidad. Para que mejor me entiendan, voy a dejarles de tarea que me respondan a esta pregunta: ¿Cómo llenar con agua un colador?
El maestro hizo una reverencia ante ellos y se alejó.
El pequeño grupo se despidió de él y, en seguida, uno de ellos se dirigió a los demás, echando chispas de frustración:
─¡Lo que nos dijo equivale a explicarnos que nunca podremos lograrlo! ¡Llenar un colador con agua! ¡Bonita enseñanza!
─Pues, yo ─dijo otro─ acostumbro después de escuchar un sermón, rezar, leer algún libro sagrado, ayudar a mis vecinos con sus niños y ofrecer el mérito. Con eso me siento elevado: mi carácter mejora por un tiempo, mi impaciencia disminuye, evito hacer comentarios sobre los demás. Pero, al poco tiempo, el efecto se disipa y vuelvo a ser el mismo de antes. Eso es algo que puede entenderse como echar agua en un colador. Lo que no entiendo es cómo se puede lograr que el agua se quede dentro del colador; o, lo que es lo mismo, cómo hacer que permanezca en mí por tiempo indefinido, ese estado que logro durante mi práctica.
Siguieron reflexionando sobre la alegoría esa del colador sin llegar a una solución que los dejara satisfechos. Algunos pensaron que el maestro les quería decir que las personas como ellos, en este mundo, sólo podían aspirar a una elevación transitoria.
Otros creyeron que el maestro, simplemente, les estaba tomando el pelo. No faltó alguno que pensara que, tal vez, el anciano se estaría refiriendo a algo contenido en los libros clásicos y que, suponía, ellos deberían saber.
Entonces, se dieron a la tarea de buscar alguna referencia que sobre un colador apareciera en las obras más señaladas de su literatura espiritual tradicional; pero su búsqueda resultó infructuosa.
Pasado un tiempo, el interés de todos se desvaneció. Sólo la única mujer que había en el grupo, tomó la decisión a ir a hablar con el maestro.
─¡Toma este colador y este tazón ─ordenó enérgico el anciano─ y vamos a la playa en este momento!
Ya en el lugar, ella, el maestro y todos los integrantes del grupo que habían seguido a la joven, se pararon sobre una roca, rodeados todos por las olas. El anciano la instó:
─A ver ─gritó─, ¡muéstrame cómo llenas un colador con el agua de este mar!
Ella se inclinó, tomó el colador con una mano y, con la otra, comenzó a verter agua sobre el cedazo utilizando el tazón. Obviamente, el agua sólo mojaba el utensilio; pues, se filtraba inmediatamente y volvía otra vez al mar.
─¡Pues eso es lo que pasa con las prácticas espirituales! ─exclamo con fuerza el maestro─. Si sólo permanecen de pie sobre la roca de la personalidad intentando llenarse el alma con cucharadas de conciencia espiritual, no lograrán nunca un verdadero avance en el sendero.
─Los coladores no se llenan de agua de esa manera ─continuó─, ni nuestra esencia profunda se alimenta así de auténtica espiritualidad.
─Entonces, ¿cómo se hace? ─preguntó la muchacha.
El maestro tomó el colador en sus manos y lo arrojó lejos, mar adentro. El colador flotó unos instantes y después se hundió.
─Ahora sí está lleno de agua ─dijo─, y así permanecerá por mucho tiempo mientras alguien no lo saque del océano. Ese es el modo de llenar un colador con agua y, también, esa es la forma de realizar la práctica espiritual.
─La espiritualidad no se logra vertiendo pequeñas dosis de agua espiritual sobre la individualidad ─continuó─. Al contrario: ¡hay que arrojar la individualidad hacia el inmenso mar de la vida espiritual!
Este es un relato Zen tomado de la página http://www.bonsaisgigantes.net.
Un grupo de adeptos que intentaban adaptarse a la vida espiritual invitó, a la casa de uno de ellos, a un maestro de meditación para que los instruyera. El anciano mentor les dijo que debían hacer un esfuerzo para liberarse de esa inclinación que tenían a reaccionar visceralmente frente a los hechos de la vida diaria.
─Deben adoptar ─les dijo─ una actitud de reverencia y de sincero deseo de poner en práctica un método de meditación que les permita darse cuenta de que la vida espiritual debe estar presente en todo.
─Encuentren un procedimiento que les permita ser conscientes de todo ─continuó─, no sólo durante el período de meditación; sino, constantemente, en cada instante de la cotidianeidad. Para que mejor me entiendan, voy a dejarles de tarea que me respondan a esta pregunta: ¿Cómo llenar con agua un colador?
El maestro hizo una reverencia ante ellos y se alejó.
El pequeño grupo se despidió de él y, en seguida, uno de ellos se dirigió a los demás, echando chispas de frustración:
─¡Lo que nos dijo equivale a explicarnos que nunca podremos lograrlo! ¡Llenar un colador con agua! ¡Bonita enseñanza!
─Pues, yo ─dijo otro─ acostumbro después de escuchar un sermón, rezar, leer algún libro sagrado, ayudar a mis vecinos con sus niños y ofrecer el mérito. Con eso me siento elevado: mi carácter mejora por un tiempo, mi impaciencia disminuye, evito hacer comentarios sobre los demás. Pero, al poco tiempo, el efecto se disipa y vuelvo a ser el mismo de antes. Eso es algo que puede entenderse como echar agua en un colador. Lo que no entiendo es cómo se puede lograr que el agua se quede dentro del colador; o, lo que es lo mismo, cómo hacer que permanezca en mí por tiempo indefinido, ese estado que logro durante mi práctica.
Siguieron reflexionando sobre la alegoría esa del colador sin llegar a una solución que los dejara satisfechos. Algunos pensaron que el maestro les quería decir que las personas como ellos, en este mundo, sólo podían aspirar a una elevación transitoria.
Otros creyeron que el maestro, simplemente, les estaba tomando el pelo. No faltó alguno que pensara que, tal vez, el anciano se estaría refiriendo a algo contenido en los libros clásicos y que, suponía, ellos deberían saber.
Entonces, se dieron a la tarea de buscar alguna referencia que sobre un colador apareciera en las obras más señaladas de su literatura espiritual tradicional; pero su búsqueda resultó infructuosa.
Pasado un tiempo, el interés de todos se desvaneció. Sólo la única mujer que había en el grupo, tomó la decisión a ir a hablar con el maestro.
─¡Toma este colador y este tazón ─ordenó enérgico el anciano─ y vamos a la playa en este momento!
Ya en el lugar, ella, el maestro y todos los integrantes del grupo que habían seguido a la joven, se pararon sobre una roca, rodeados todos por las olas. El anciano la instó:
─A ver ─gritó─, ¡muéstrame cómo llenas un colador con el agua de este mar!
Ella se inclinó, tomó el colador con una mano y, con la otra, comenzó a verter agua sobre el cedazo utilizando el tazón. Obviamente, el agua sólo mojaba el utensilio; pues, se filtraba inmediatamente y volvía otra vez al mar.
─¡Pues eso es lo que pasa con las prácticas espirituales! ─exclamo con fuerza el maestro─. Si sólo permanecen de pie sobre la roca de la personalidad intentando llenarse el alma con cucharadas de conciencia espiritual, no lograrán nunca un verdadero avance en el sendero.
─Los coladores no se llenan de agua de esa manera ─continuó─, ni nuestra esencia profunda se alimenta así de auténtica espiritualidad.
─Entonces, ¿cómo se hace? ─preguntó la muchacha.
El maestro tomó el colador en sus manos y lo arrojó lejos, mar adentro. El colador flotó unos instantes y después se hundió.
─Ahora sí está lleno de agua ─dijo─, y así permanecerá por mucho tiempo mientras alguien no lo saque del océano. Ese es el modo de llenar un colador con agua y, también, esa es la forma de realizar la práctica espiritual.
─La espiritualidad no se logra vertiendo pequeñas dosis de agua espiritual sobre la individualidad ─continuó─. Al contrario: ¡hay que arrojar la individualidad hacia el inmenso mar de la vida espiritual!
Este es un relato Zen tomado de la página http://www.bonsaisgigantes.net.