Era un hombre que sentía fuertes ansias de conocimiento. De su pecho brotaba una genuina necesidad de dar respuesta a las muchas preguntas que bullían en su interior. Sin embargo, las soluciones que encontraba eran escasas e insuficientes.
Durante años había investigado en las más variadas filosofías: ahondó en los conceptos de la vida, de la muerte, del futuro y del destino. Los enigmas de la existencia, las contradicciones de la naturaleza y el extraño proceder de los humanos, también había sido investigado por él. Sin embargo, no lograba resolver sus dudas.
Desalentado, decidió visitar a un sabio que vivía plácidamente en una cabaña a la orilla de un río. Estaba seguro de que el anciano le diría las palabras que él necesitaba para mitigar su angustia.
— Señor —le dijo al sabio—, me siento fatigado y confundido. Nunca he estado tan desanimado y tan entristecido como ahora.
— ¿Cuál es la razón de tu pesar? Posiblemente no sea tan grave como crees.
— ¡Claro que lo es! —respondió el hombre—. He dedicado toda mi vida a escudriñar los fenómenos de la vida y de la muerte y, aunque he hecho mi mayor esfuerzo, no logro comprender el sentido de la existencia.
El sabio le dirigió una mirada compasiva y guardó silencio. En sus ojos de mirada penetrante se reflejaban las plateadas aguas del río que corría junto a su choza.
— Quiero pedirte algo —dijo mientras ponía su mano sobre el hombro del atribulado aprendiz de filósofo—. Esta noche viene al pueblo un prestidigitador itinerante. Va a dar una función y quiero que la presencies. Cuando termine, por favor, ven a verme de nuevo. Te estaré esperando.
Ya amanecía cuando el desdichado y bisoño filósofo regresó a la cabaña del sabio. Lo encontró sumido en profunda meditación. Una paz infinita emanaba del rostro surcado de arrugas del anciano.
— ¿Te molesto? —preguntó el visitante.
— Nunca un ser humano podrá causarme molestias. Pero, dime, ¿qué has visto?
— Puse mucha atención en las manos del prestidigitador —contó asombrado—. Es un ilusionista muy diestro. ¡Sus juegos son asombrosos!
— ¿Descubriste el truco en alguno de ellos? —preguntó el sabio.
— No; en absoluto. ¡Es increíblemente hábil!
— Si no eres capaz de entender los juegos de un prestidigitador —dijo el sabio con una leve sonrisa—, ¿cómo quieres comprender el sentido de la existencia?
— Abandona tus especulaciones —siguió diciendo el anciano—. Deja de perderte en los laberintos de la mente y empieza a meditar. Si lo haces, encontrarás el camino que te conducirá a fundirte con tu verdadero ser. Mira hacia adentro de ti y allí encontrarás lo que buscas.
Cuento oriental
Era un hombre que sentía fuertes ansias de conocimiento. De su pecho brotaba una genuina necesidad de dar respuesta a las muchas preguntas que bullían en su interior. Sin embargo, las soluciones que encontraba eran escasas e insuficientes.
Durante años había investigado en las más variadas filosofías: ahondó en los conceptos de la vida, de la muerte, del futuro y del destino. Los enigmas de la existencia, las contradicciones de la naturaleza y el extraño proceder de los humanos, también había sido investigado por él. Sin embargo, no lograba resolver sus dudas.
Desalentado, decidió visitar a un sabio que vivía plácidamente en una cabaña a la orilla de un río. Estaba seguro de que el anciano le diría las palabras que él necesitaba para mitigar su angustia.
— Señor —le dijo al sabio—, me siento fatigado y confundido. Nunca he estado tan desanimado y tan entristecido como ahora.
— ¿Cuál es la razón de tu pesar? Posiblemente no sea tan grave como crees.
— ¡Claro que lo es! —respondió el hombre—. He dedicado toda mi vida a escudriñar los fenómenos de la vida y de la muerte y, aunque he hecho mi mayor esfuerzo, no logro comprender el sentido de la existencia.
El sabio le dirigió una mirada compasiva y guardó silencio. En sus ojos de mirada penetrante se reflejaban las plateadas aguas del río que corría junto a su choza.
— Quiero pedirte algo —dijo mientras ponía su mano sobre el hombro del atribulado aprendiz de filósofo—. Esta noche viene al pueblo un prestidigitador itinerante. Va a dar una función y quiero que la presencies. Cuando termine, por favor, ven a verme de nuevo. Te estaré esperando.
Ya amanecía cuando el desdichado y bisoño filósofo regresó a la cabaña del sabio. Lo encontró sumido en profunda meditación. Una paz infinita emanaba del rostro surcado de arrugas del anciano.
— ¿Te molesto? —preguntó el visitante.
— Nunca un ser humano podrá causarme molestias. Pero, dime, ¿qué has visto?
— Puse mucha atención en las manos del prestidigitador —contó asombrado—. Es un ilusionista muy diestro. ¡Sus juegos son asombrosos!
— ¿Descubriste el truco en alguno de ellos? —preguntó el sabio.
— No; en absoluto. ¡Es increíblemente hábil!
— Si no eres capaz de entender los juegos de un prestidigitador —dijo el sabio con una leve sonrisa—, ¿cómo quieres comprender el sentido de la existencia?
— Abandona tus especulaciones —siguió diciendo el anciano—. Deja de perderte en los laberintos de la mente y empieza a meditar. Si lo haces, encontrarás el camino que te conducirá a fundirte con tu verdadero ser. Mira hacia adentro de ti y allí encontrarás lo que buscas.
Cuento oriental