Un joven que había decidido trillar el sendero de la evolución interior, le preguntó una vez a su maestro:
— Señor, ¿cuál es el conocimiento que necesito adquirir? ¿Cuál es la senda que debo seguir para alcanzar mi ferviente anhelo de obtener el conocimiento verdadero?
— El Ser, la conciencia pura, está en todas las infinitas formas que hay en el Universo —dijo el sabio gurú—. Nada existe fuera del ser. Aunque se te haga difícil comprenderlo, tú también eres parte de Él. Cuando seas capaz de reconocerte en Él, habrás alcanzado la vedad que tanto deseas. Es todo cuanto tengo qué decirte.
El joven consideró que aquella explicación no era suficiente; por lo que siguió preguntando:
— ¿Esa es toda tu enseñanza? ¿No puedes decirme algo más?
— Es toda mi enseñanza —contestó categórico el maestro—. No puedo ofrecerte más instrucción que la que ya te he dado.
El desaliento que invadió el alma del muchacho se hizo visible en su expresión. Había albergado la esperanza de que el maestro le descubriría técnicas especiales, que le revelaría palabras secretas, que le diría mántrams prodigiosos con los que lograría su objetivo. Sin embargo, aunque su decepción era genuina, moraba en su interior un espíritu honesto: fundaba su búsqueda en una auténtica convicción.
Como todavía era muy ignorante, decidió que la mejor manera de expresar su tenacidad de que estaba dispuesto a llegar a la verdadera sabiduría costara lo costara, era buscar otro maestro y solicitarle que le diera instrucción mística.
— Tendré mucho gusto en proporcionarte la instrucción que deseas —le dijo el nuevo maestro que encontró—; pero, para tener derecho a esa enseñanza, tienes que trabajar duramente en mi ashram: debes convertirte en mi servidor durante doce años. Si aceptas, en este momento hay un trabajo disponible para ti: recoger el estiércol de los búfalos.
El joven estuvo de acuerdo en cumplir esa condición. Trabajó ininterrumpidamente en esa ingrata tarea durante doce años, tal como lo prometió. Cuando se cumplió el plazo establecido por el maestro, se dirigió a él y le dijo:
— Señor: he cumplido con mi compromiso y creo que tú debes cumplir con el tuyo. Estoy listo para recibir la enseñanza. Transcurrieron doce años, ya no soy tan joven como cuando llegué aquí en busca de tu sabiduría. He pasado una docena de años a tu servicio; así que, por favor, dame la instrucción.
— Debes poner toda tu atención a lo que voy a decirte —le dijo sonriente el maestro, al mismo tiempo que, con gesto amoroso, apoyaba una de sus manos sobre el hombro del paciente discípulo que todavía despedía un rancio olor a estiércol—. Todo es el ser. Es el ser el que se manifiesta en todas las formas posibles del Universo. Tú eres el ser.
El joven comprendió inmediatamente la enseñanza y obtuvo la iluminación. Los duros años de trabajo en el ashram le habían permitido alcanzar la madurez espiritual necesaria para ello. Pero, al cabo de algunos momentos, un recuerdo acudió a su mente y reaccionó.
— Maestro, ¡me siento sorprendido! La enseñanza que me has dado es la misma que me dio otro maestro que conocí hace doce años. Puedes explicarme, ¿por qué ahora sí la entendí?
— Es muy sencillo. Mira: en doce años la verdad no cambia; pero tu actitud hacia ella, sí.
Cuento oriental
Un joven que había decidido trillar el sendero de la evolución interior, le preguntó una vez a su maestro:
— Señor, ¿cuál es el conocimiento que necesito adquirir? ¿Cuál es la senda que debo seguir para alcanzar mi ferviente anhelo de obtener el conocimiento verdadero?
— El Ser, la conciencia pura, está en todas las infinitas formas que hay en el Universo —dijo el sabio gurú—. Nada existe fuera del ser. Aunque se te haga difícil comprenderlo, tú también eres parte de Él. Cuando seas capaz de reconocerte en Él, habrás alcanzado la vedad que tanto deseas. Es todo cuanto tengo qué decirte.
El joven consideró que aquella explicación no era suficiente; por lo que siguió preguntando:
— ¿Esa es toda tu enseñanza? ¿No puedes decirme algo más?
— Es toda mi enseñanza —contestó categórico el maestro—. No puedo ofrecerte más instrucción que la que ya te he dado.
El desaliento que invadió el alma del muchacho se hizo visible en su expresión. Había albergado la esperanza de que el maestro le descubriría técnicas especiales, que le revelaría palabras secretas, que le diría mántrams prodigiosos con los que lograría su objetivo. Sin embargo, aunque su decepción era genuina, moraba en su interior un espíritu honesto: fundaba su búsqueda en una auténtica convicción.
Como todavía era muy ignorante, decidió que la mejor manera de expresar su tenacidad de que estaba dispuesto a llegar a la verdadera sabiduría costara lo costara, era buscar otro maestro y solicitarle que le diera instrucción mística.
— Tendré mucho gusto en proporcionarte la instrucción que deseas —le dijo el nuevo maestro que encontró—; pero, para tener derecho a esa enseñanza, tienes que trabajar duramente en mi ashram: debes convertirte en mi servidor durante doce años. Si aceptas, en este momento hay un trabajo disponible para ti: recoger el estiércol de los búfalos.
El joven estuvo de acuerdo en cumplir esa condición. Trabajó ininterrumpidamente en esa ingrata tarea durante doce años, tal como lo prometió. Cuando se cumplió el plazo establecido por el maestro, se dirigió a él y le dijo:
— Señor: he cumplido con mi compromiso y creo que tú debes cumplir con el tuyo. Estoy listo para recibir la enseñanza. Transcurrieron doce años, ya no soy tan joven como cuando llegué aquí en busca de tu sabiduría. He pasado una docena de años a tu servicio; así que, por favor, dame la instrucción.
— Debes poner toda tu atención a lo que voy a decirte —le dijo sonriente el maestro, al mismo tiempo que, con gesto amoroso, apoyaba una de sus manos sobre el hombro del paciente discípulo que todavía despedía un rancio olor a estiércol—. Todo es el ser. Es el ser el que se manifiesta en todas las formas posibles del Universo. Tú eres el ser.
El joven comprendió inmediatamente la enseñanza y obtuvo la iluminación. Los duros años de trabajo en el ashram le habían permitido alcanzar la madurez espiritual necesaria para ello. Pero, al cabo de algunos momentos, un recuerdo acudió a su mente y reaccionó.
— Maestro, ¡me siento sorprendido! La enseñanza que me has dado es la misma que me dio otro maestro que conocí hace doce años. Puedes explicarme, ¿por qué ahora sí la entendí?
— Es muy sencillo. Mira: en doce años la verdad no cambia; pero tu actitud hacia ella, sí.
Cuento oriental