Cada vez que nos acercamos a la mesa para ingerir nuestros alimentos del día, debemos ser conscientes de que, gracias a la bondad de mucha gente, tenemos la oportunidad de nutrirnos.
El desayuno, la comida y la cena deben convertirse en oportunidades que nos permiten recapacitar sobre la fuerte dependencia que opera en nosotros con respecto del planeta y de la sociedad.
Cada vez que disfrutamos las delicias de un platillo, debemos aceptar que la Tierra y muchas personas en conjunto, al proveernos de nuestro sustento, nos están haciendo un inmerecido regalo.
Los alimentos que nos llevamos a la boca deben ser recibidos como un recordatorio de la gran dependencia que tenemos hacia mucha gente y hacia la naturaleza. Cada comida es una muestra de bondad que tenemos que agradecer.
Para que nuestro plato contenga el guiso que vamos a degustar, fue necesario que muchos factores se organizaran en largas y complejas redes que involucraron a muchas personas, plantas, elementos minerales y muchos animales.
Largas cadenas de interacciones conformaron los sistemas que hicieron posible que los alimentos llegaran hasta nosotros, comida tras comida, a lo largo de toda nuestra vida.
Por desgracia, muchos de esos sistemas conllevan una fuerte dosis de sufrimiento emanado de un estado de explotación que se ejerce sobre seres humanos y sobre animales, incluidos los daños que se perpetran contra el medio ambiente.
Estemos conscientes o no de esos abusos, nos estamos alimentando con los subproductos que ese estado genera. Nos beneficiamos de esa injusticia y, por tanto, tenemos que asumir una responsabilidad.
Lo menos que podemos hacer cuando comemos, es hacerlo con un profundo sentimiento de gratitud y con un sincero compromiso de que utilizaremos la energía y la vitalidad que nos proporcionen esos alimentos, para hacer el bien.
Este texto se redactó con base en los conceptos que aparecen en
″El corazón es noble: Cambiemos el mundo de adentro hacia afuera″ de Su Santidad Ogyen Trinley Dorje, el XVII Karmapa
Cada vez que nos acercamos a la mesa para ingerir nuestros alimentos del día, debemos ser conscientes de que, gracias a la bondad de mucha gente, tenemos la oportunidad de nutrirnos.
El desayuno, la comida y la cena deben convertirse en oportunidades que nos permiten recapacitar sobre la fuerte dependencia que opera en nosotros con respecto del planeta y de la sociedad.
Cada vez que disfrutamos las delicias de un platillo, debemos aceptar que la Tierra y muchas personas en conjunto, al proveernos de nuestro sustento, nos están haciendo un inmerecido regalo.
Los alimentos que nos llevamos a la boca deben ser recibidos como un recordatorio de la gran dependencia que tenemos hacia mucha gente y hacia la naturaleza. Cada comida es una muestra de bondad que tenemos que agradecer.
Para que nuestro plato contenga el guiso que vamos a degustar, fue necesario que muchos factores se organizaran en largas y complejas redes que involucraron a muchas personas, plantas, elementos minerales y muchos animales.
Largas cadenas de interacciones conformaron los sistemas que hicieron posible que los alimentos llegaran hasta nosotros, comida tras comida, a lo largo de toda nuestra vida.
Por desgracia, muchos de esos sistemas conllevan una fuerte dosis de sufrimiento emanado de un estado de explotación que se ejerce sobre seres humanos y sobre animales, incluidos los daños que se perpetran contra el medio ambiente.
Estemos conscientes o no de esos abusos, nos estamos alimentando con los subproductos que ese estado genera. Nos beneficiamos de esa injusticia y, por tanto, tenemos que asumir una responsabilidad.
Lo menos que podemos hacer cuando comemos, es hacerlo con un profundo sentimiento de gratitud y con un sincero compromiso de que utilizaremos la energía y la vitalidad que nos proporcionen esos alimentos, para hacer el bien.
Este texto se redactó con base en los conceptos que aparecen en
″El corazón es noble: Cambiemos el mundo de adentro hacia afuera″ de Su Santidad Ogyen Trinley Dorje, el XVII Karmapa