Los seres humanos, además de lidiar con la confusión, vivimos acosados por la duda. Hemos sido educados en la glorificación de la duda; tanto, que el mundo del intelecto ha convertido a la duda en una religión.
Pero, viendo las cosas más de cerca, encontramos que la duda es un obstáculo que dificulta nuestra evolución; incluso, es un estorbo más fuerte que el deseo y que el aferramiento. La sociedad actual promueve la inteligencia por encima de la sabiduría; y nosotros nos hemos vuelto tan neuróticos que tomamos a la duda por verdad.
Esto ha provocado que la duda, que no es otra cosa que un intento desesperado del ego que se defiende de la sabiduría, quede deificada como objetivo y fruto del conocimiento.
El Buda declaró que la duda era necesaria para avanzar en el Sendero, sí; pero él hablaba de una duda generosa y abierta; de una duda que se utiliza para poner a prueba el valor de las enseñanzas, como se analiza el oro cuando se raspa o se le hacen cortes para verificar su pureza; no de esa duda mezquina convertida en el astroso emperador del samsara; no de esa duda nihilista que no deja nada en qué creer, nada que esperar, nada por lo cual vivir. No hablaba de esa duda que denigra todas las filosofías, ni de la que se burla de los ideales espirituales que nos han dejado nuestros ancestros.
Dudar es una propensión natural de la mente no iluminada; pero hace falta adquirir una habilidad que nos permita administrar sabiamente nuestras dudas y desmitificar las virtudes y pretensiones que se le han adjudicado; una habilidad que nos lleve a acoger nuestras dudas para profundizar más en la verdad.
Sogyal Rimpoché
De «El libro tibetano de la vida y de la muerte»
Los seres humanos, además de lidiar con la confusión, vivimos acosados por la duda. Hemos sido educados en la glorificación de la duda; tanto, que el mundo del intelecto ha convertido a la duda en una religión.
Pero, viendo las cosas más de cerca, encontramos que la duda es un obstáculo que dificulta nuestra evolución; incluso, es un estorbo más fuerte que el deseo y que el aferramiento. La sociedad actual promueve la inteligencia por encima de la sabiduría; y nosotros nos hemos vuelto tan neuróticos que tomamos a la duda por verdad.
Esto ha provocado que la duda, que no es otra cosa que un intento desesperado del ego que se defiende de la sabiduría, quede deificada como objetivo y fruto del conocimiento.
El Buda declaró que la duda era necesaria para avanzar en el Sendero, sí; pero él hablaba de una duda generosa y abierta; de una duda que se utiliza para poner a prueba el valor de las enseñanzas, como se analiza el oro cuando se raspa o se le hacen cortes para verificar su pureza; no de esa duda mezquina convertida en el astroso emperador del samsara; no de esa duda nihilista que no deja nada en qué creer, nada que esperar, nada por lo cual vivir. No hablaba de esa duda que denigra todas las filosofías, ni de la que se burla de los ideales espirituales que nos han dejado nuestros ancestros.
Dudar es una propensión natural de la mente no iluminada; pero hace falta adquirir una habilidad que nos permita administrar sabiamente nuestras dudas y desmitificar las virtudes y pretensiones que se le han adjudicado; una habilidad que nos lleve a acoger nuestras dudas para profundizar más en la verdad.
Sogyal Rimpoché
De «El libro tibetano de la vida y de la muerte»