—¿Qué es lo más poderoso? —preguntó el monje.
—La mansedumbre —contestó el Buda.
Cuando Alejando regresaba de la India, quiso llevarse un sannyasin(1) con él. Hacía esto porque Aristóteles, su maestro, estaba intrigado con el encanto de las costumbres de Oriente. Él sabía que Occidente le había dado al mundo inventores (como Arquímedes) y grandes conquistadores y héroes (como su discípulo); pero meditadores y renunciantes como los que pululan a las afueras de los grandes pueblos de ese subcontinente, eran una insólita aportación al mundo espiritual del planeta.
Por eso, cuando se enteró de las intenciones del gran macedonio de hacer suyo el legendario territorio del Ganges, le dijo:
—Siempre he tenido ganas de conocer un sannyasin hindú. Mucho me agradaría recibir ese regalo de tu parte.
Alejandro tenía muy presente la petición de su mentor. Por tal motivo, cuando hacía los preparativos para su regreso, empezó a indagar sobre el paradero de algún renunciante.
—Sí —le contestaban—; sabemos dónde puedes encontrar no sólo uno, sino muchos de ellos; pero no creemos que seas capaz de llevarte uno.
El gran jefe de los ejércitos helenos se rió ante el desatino de los aldeanos; porque, ¿quién puede impedir que se cumpla la voluntad de Alejandro?
—Ustedes saben que si quisiera llevarme los Himalayas —dijo el macedonio—, la montaña me seguiría. Así que no se preocupen por las dificultades que esto represente. Limítense a decirme dónde puedo encontrar uno y yo me encargo de lo demás.
Los lugareños le indicaron el sitio donde pasaba los días uno de los ascetas más austeros y más respetados de la localidad. Se trataba de un faquir casi desnudo que vivía fuera del pueblo, a la vera del río. Era una persona hermosamente desapegada de todo lo mundano e investida de una tranquilidad inefable.
El hijo del gran Filipo de Macedonia envió a dos soldados con la encomienda de traer con ellos al asceta.
—¡Venimos de parte de Alejandro Magno! —le dijeron—. Quiere que vengas con nosotros hasta su presencia. Considérate un invitado real. Cuenta con que, desde ahora, tendrás todo lo que necesites… ¡hasta de los lujos con los que nunca has soñado podrás disfrutar! ¿Aceptas la invitación?
—¡Hace mucho que dejé de ser un vagabundo! —dijo el hombre desnudo cuando se repuso de la sonora carcajada que le causó la propuesta que le hacían—. Yo ya no voy a ninguna parte. He encontrado mi casa y no pienso salir de ella.
—¡No seas estúpido! —vociferó uno de los soldados—. El gran Alejandro puede obligarte. Si no vas como invitado, iras como prisionero: tú escoges. Pero elijas lo que elijas, acabaras yendo.
—¿Prisionero? —preguntó el anacoreta sin dejar de reírse—. Miren: todo lo que puede encarcelarse yo ya lo he soltado. A mí nadie puede convertirme en un reo, porque la libertad ha nacido en mi interior y se ha apoderado de mi alma.
Cuando el gran conquistador se enteró de la negativa con la que el faquir correspondía a su invitación, él mismo, personalmente, acudió a la ribera del río donde pasaba sus días el sannyasin y, con la espada desenfundada, le dijo con enérgica voz:
—¡Si no vienes conmigo, este acero cortará tu cabeza!
—Hazlo, si quieres —respondió el renunciante con toda la tranquilidad del mundo—. Yo ya me la he cortado varias veces. Pero, si es tu deseo cercenármela de nuevo, puedes hacerlo.
—Aquí está mi cuello —continuó el asceta inclinando la cabeza—. ¡Córtamela! Tú y yo la veremos rodar por el suelo.
Se cuenta que Alejandro no pudo reunir el coraje suficiente para quitarle la vida a aquel ser humano tan aparentemente desvalido y vulnerable, pero tan valientemente feliz y seguro de sí mismo.
COMENTARIO: Cuando el Buda dice que la mansedumbre es lo más poderoso, quiere decir que las personas que han superado el ego entran en un estado de tranquilidad tan estable que se tornan inconmovibles. Sin el ego nadie puede ser conquistado, ni derrotado, ni destruido; porque quien está más allá del ego, está más allá de todo, incluso, más allá de la muerte. Ese es el poder de un sannyasin.
Cuento oriental
(1) En el hinduismo, el samniāsa es la cuarta etapa de la vida de una persona de las castas superiores. Es entonces cuando el candidato enrumba su existencia por el camino de la renuncia a la vida material y recibe el nombre de sannyasin.
—¿Qué es lo más poderoso? —preguntó el monje.
—La mansedumbre —contestó el Buda.
Cuando Alejando regresaba de la India, quiso llevarse un sannyasin(1) con él. Hacía esto porque Aristóteles, su maestro, estaba intrigado con el encanto de las costumbres de Oriente. Él sabía que Occidente le había dado al mundo inventores (como Arquímedes) y grandes conquistadores y héroes (como su discípulo); pero meditadores y renunciantes como los que pululan a las afueras de los grandes pueblos de ese subcontinente, eran una insólita aportación al mundo espiritual del planeta.
Por eso, cuando se enteró de las intenciones del gran macedonio de hacer suyo el legendario territorio del Ganges, le dijo:
—Siempre he tenido ganas de conocer un sannyasin hindú. Mucho me agradaría recibir ese regalo de tu parte.
Alejandro tenía muy presente la petición de su mentor. Por tal motivo, cuando hacía los preparativos para su regreso, empezó a indagar sobre el paradero de algún renunciante.
—Sí —le contestaban—; sabemos dónde puedes encontrar no sólo uno, sino muchos de ellos; pero no creemos que seas capaz de llevarte uno.
El gran jefe de los ejércitos helenos se rió ante el desatino de los aldeanos; porque, ¿quién puede impedir que se cumpla la voluntad de Alejandro?
—Ustedes saben que si quisiera llevarme los Himalayas —dijo el macedonio—, la montaña me seguiría. Así que no se preocupen por las dificultades que esto represente. Limítense a decirme dónde puedo encontrar uno y yo me encargo de lo demás.
Los lugareños le indicaron el sitio donde pasaba los días uno de los ascetas más austeros y más respetados de la localidad. Se trataba de un faquir casi desnudo que vivía fuera del pueblo, a la vera del río. Era una persona hermosamente desapegada de todo lo mundano e investida de una tranquilidad inefable.
El hijo del gran Filipo de Macedonia envió a dos soldados con la encomienda de traer con ellos al asceta.
—¡Venimos de parte de Alejandro Magno! —le dijeron—. Quiere que vengas con nosotros hasta su presencia. Considérate un invitado real. Cuenta con que, desde ahora, tendrás todo lo que necesites… ¡hasta de los lujos con los que nunca has soñado podrás disfrutar! ¿Aceptas la invitación?
—¡Hace mucho que dejé de ser un vagabundo! —dijo el hombre desnudo cuando se repuso de la sonora carcajada que le causó la propuesta que le hacían—. Yo ya no voy a ninguna parte. He encontrado mi casa y no pienso salir de ella.
—¡No seas estúpido! —vociferó uno de los soldados—. El gran Alejandro puede obligarte. Si no vas como invitado, iras como prisionero: tú escoges. Pero elijas lo que elijas, acabaras yendo.
—¿Prisionero? —preguntó el anacoreta sin dejar de reírse—. Miren: todo lo que puede encarcelarse yo ya lo he soltado. A mí nadie puede convertirme en un reo, porque la libertad ha nacido en mi interior y se ha apoderado de mi alma.
Cuando el gran conquistador se enteró de la negativa con la que el faquir correspondía a su invitación, él mismo, personalmente, acudió a la ribera del río donde pasaba sus días el sannyasin y, con la espada desenfundada, le dijo con enérgica voz:
—¡Si no vienes conmigo, este acero cortará tu cabeza!
—Hazlo, si quieres —respondió el renunciante con toda la tranquilidad del mundo—. Yo ya me la he cortado varias veces. Pero, si es tu deseo cercenármela de nuevo, puedes hacerlo.
—Aquí está mi cuello —continuó el asceta inclinando la cabeza—. ¡Córtamela! Tú y yo la veremos rodar por el suelo.
Se cuenta que Alejandro no pudo reunir el coraje suficiente para quitarle la vida a aquel ser humano tan aparentemente desvalido y vulnerable, pero tan valientemente feliz y seguro de sí mismo.
COMENTARIO: Cuando el Buda dice que la mansedumbre es lo más poderoso, quiere decir que las personas que han superado el ego entran en un estado de tranquilidad tan estable que se tornan inconmovibles. Sin el ego nadie puede ser conquistado, ni derrotado, ni destruido; porque quien está más allá del ego, está más allá de todo, incluso, más allá de la muerte. Ese es el poder de un sannyasin.
Cuento oriental
(1) En el hinduismo, el samniāsa es la cuarta etapa de la vida de una persona de las castas superiores. Es entonces cuando el candidato enrumba su existencia por el camino de la renuncia a la vida material y recibe el nombre de sannyasin.