Conozco a muchas personas que, a pesar de que poseen riqueza material, salud y familiares y amistades estables, no experimentan ningún contento. Y no solamente eso; sino que, se imaginan que son los seres más desgraciados del mundo. Nuestra práctica espiritual debe llevarnos a considerar que la vida no es más que una sencilla serie de sucesos agradables y desagradables.
Todos los seres sensibles somos idénticos: deseamos la felicidad y rechazamos el sufrimiento. Desde lo más profundo de nuestro corazón, debemos consagrar todas nuestras cualidades positivas ─físicas, mentales y verbales─, nuestra riqueza y todo lo que poseemos, deseando que los demás encuentren la felicidad y todo aquello que necesitan.
Esencialmente, somos animales sociales: dependemos los unos de los otros para satisfacer nuestras necesidades. Conseguiremos bienestar, prosperidad y progreso sólo a través de la interacción social. Por eso, la felicidad emana del pecho de las personas amables y serviciales; sobre todo, de los seres en los que el espíritu del Despertar se ha convertido en el más elevado de sus pensamientos.
Lo que pensamos, decimos y hacemos no dan lugar únicamente a experiencias positivas o negativas en esta vida; tienen también un efecto similar en las vidas futuras.
Aunque debemos invertir tiempo y energía en los asuntos de esta vida, es importante que nos preparemos también para nuestras vidas futuras. De otro modo, despilfarraríamos las ocasiones que nos ofrece nuestra preciosa existencia humana. Si nos lanzamos a nuestra próxima vida sin haber mejorado en ésta, es casi seguro que nuestro renacimiento tendrá lugar en universos y contextos más difíciles.
Ayudar a los demás a que despierten la virtud en su corazón, a que logren cierto nivel de felicidad y a que le den sentido a su vida, es un grande y auténtico servicio que le estamos prestando al Buda y a su doctrina. Tenemos que ser aplicados y dirigir todos nuestros esfuerzos en ese sentido. Se trata del mejor medio que existe para ayudar al cumplimiento de nuestro bienestar y el de los demás.
Si seguimos mostrándonos posesivos e interesados sólo en nuestros asuntos; si continuamos invirtiendo nuestro tiempo y nuestro esfuerzo sólo en amasar fortuna, todas las posesiones que logremos acumular se convertirán en obstáculos que impedirán la práctica de la generosidad. Lo que le permitió al Buda alcanzar el estado de perfecta Iluminación, fue la cesión que hizo de todos sus bienes.
Todas las personas que conocemos o que hemos tratado a lo largo de nuestra existencia, ninguna vivirá dentro de cien años. Muchos hombres y mujeres que se cruzaron en mi vida, ahora no son más que recuerdos en mi memoria. Sigo conociendo a muchos seres; pero, hago de cuenta que todos participamos como actores en una obra de teatro: después de que cada quien representa su papel, vamos al cuarto de utilería, nos ponemos otro disfraz y reaparecemos en el escenario.
Está claro que todo individuo que hace un esfuerzo puede evolucionar. Desde luego, ese cambio no es inmediato ─y a veces, incluso, toma mucho tiempo─; pero, en todos los casos, si uno quiere realmente transformar y dominar nuestras emociones, es imperativo que analicemos y descubramos cuáles de nuestros pensamientos resultan útiles y constructivos y cuáles no nos producen un beneficio real.
Aunque no hubiera una segunda vida, existen ciertas ventajas en el consuelo que nos da la creencia del renacimiento: nuestro temor se ve atenuado y podemos enfrentar a la muerte de una manera más serena. Así como una batalla se puede perder sin una preparación previa, del mismo modo, la posibilidad de enfrentar la muerte con serenidad será más exitosa, si trabajamos para abatir el temor que ella trae consigo.
Comprender correctamente la verdadera naturaleza de la impermanencia, equivale a darse cuenta de una cosa muy sencilla: todo lo que existe es producto de causas y condiciones.
Sea cual fuere el comportamiento que adoptemos para cambiar; sean cuales fueren los objetivos particulares o las acciones hacia las cuales dirijamos nuestros esfuerzos, debemos empezar por desarrollar una fuerte voluntad de conseguir ese cambio.
La preciada vida humana es única y, tenerla en este momento, es una oportunidad favorable difícil de conseguir. Si no la utilizamos en beneficio de los demás ahora, ¿cuándo podremos volver a tenerla? ¿Démosle, pues, el valor que realmente tiene esta ocasión! ¡Desarrollemos la alegría amando a los otros seres más que a nosotros mismos! ¡Tomemos la decisión en ese sentido en forma tan inquebrantable como la fortaleza que tiene una montaña!
S. S. el Dalai Lama
Conozco a muchas personas que, a pesar de que poseen riqueza material, salud y familiares y amistades estables, no experimentan ningún contento. Y no solamente eso; sino que, se imaginan que son los seres más desgraciados del mundo. Nuestra práctica espiritual debe llevarnos a considerar que la vida no es más que una sencilla serie de sucesos agradables y desagradables.
Todos los seres sensibles somos idénticos: deseamos la felicidad y rechazamos el sufrimiento. Desde lo más profundo de nuestro corazón, debemos consagrar todas nuestras cualidades positivas ─físicas, mentales y verbales─, nuestra riqueza y todo lo que poseemos, deseando que los demás encuentren la felicidad y todo aquello que necesitan.
Esencialmente, somos animales sociales: dependemos los unos de los otros para satisfacer nuestras necesidades. Conseguiremos bienestar, prosperidad y progreso sólo a través de la interacción social. Por eso, la felicidad emana del pecho de las personas amables y serviciales; sobre todo, de los seres en los que el espíritu del Despertar se ha convertido en el más elevado de sus pensamientos.
Lo que pensamos, decimos y hacemos no dan lugar únicamente a experiencias positivas o negativas en esta vida; tienen también un efecto similar en las vidas futuras.
Aunque debemos invertir tiempo y energía en los asuntos de esta vida, es importante que nos preparemos también para nuestras vidas futuras. De otro modo, despilfarraríamos las ocasiones que nos ofrece nuestra preciosa existencia humana. Si nos lanzamos a nuestra próxima vida sin haber mejorado en ésta, es casi seguro que nuestro renacimiento tendrá lugar en universos y contextos más difíciles.
Ayudar a los demás a que despierten la virtud en su corazón, a que logren cierto nivel de felicidad y a que le den sentido a su vida, es un grande y auténtico servicio que le estamos prestando al Buda y a su doctrina. Tenemos que ser aplicados y dirigir todos nuestros esfuerzos en ese sentido. Se trata del mejor medio que existe para ayudar al cumplimiento de nuestro bienestar y el de los demás.
Si seguimos mostrándonos posesivos e interesados sólo en nuestros asuntos; si continuamos invirtiendo nuestro tiempo y nuestro esfuerzo sólo en amasar fortuna, todas las posesiones que logremos acumular se convertirán en obstáculos que impedirán la práctica de la generosidad. Lo que le permitió al Buda alcanzar el estado de perfecta Iluminación, fue la cesión que hizo de todos sus bienes.
Todas las personas que conocemos o que hemos tratado a lo largo de nuestra existencia, ninguna vivirá dentro de cien años. Muchos hombres y mujeres que se cruzaron en mi vida, ahora no son más que recuerdos en mi memoria. Sigo conociendo a muchos seres; pero, hago de cuenta que todos participamos como actores en una obra de teatro: después de que cada quien representa su papel, vamos al cuarto de utilería, nos ponemos otro disfraz y reaparecemos en el escenario.
Está claro que todo individuo que hace un esfuerzo puede evolucionar. Desde luego, ese cambio no es inmediato ─y a veces, incluso, toma mucho tiempo─; pero, en todos los casos, si uno quiere realmente transformar y dominar nuestras emociones, es imperativo que analicemos y descubramos cuáles de nuestros pensamientos resultan útiles y constructivos y cuáles no nos producen un beneficio real.
Aunque no hubiera una segunda vida, existen ciertas ventajas en el consuelo que nos da la creencia del renacimiento: nuestro temor se ve atenuado y podemos enfrentar a la muerte de una manera más serena. Así como una batalla se puede perder sin una preparación previa, del mismo modo, la posibilidad de enfrentar la muerte con serenidad será más exitosa, si trabajamos para abatir el temor que ella trae consigo.
Comprender correctamente la verdadera naturaleza de la impermanencia, equivale a darse cuenta de una cosa muy sencilla: todo lo que existe es producto de causas y condiciones.
Sea cual fuere el comportamiento que adoptemos para cambiar; sean cuales fueren los objetivos particulares o las acciones hacia las cuales dirijamos nuestros esfuerzos, debemos empezar por desarrollar una fuerte voluntad de conseguir ese cambio.
La preciada vida humana es única y, tenerla en este momento, es una oportunidad favorable difícil de conseguir. Si no la utilizamos en beneficio de los demás ahora, ¿cuándo podremos volver a tenerla? ¿Démosle, pues, el valor que realmente tiene esta ocasión! ¡Desarrollemos la alegría amando a los otros seres más que a nosotros mismos! ¡Tomemos la decisión en ese sentido en forma tan inquebrantable como la fortaleza que tiene una montaña!
S. S. el Dalai Lama