Todos los seres vivos manifestamos una tendencia a evitar el desperdicio de energías; sobre todo si la actividad que se tiene que realizar no reporta un beneficio relativamente seguro.
Pero lo que se conoce como pereza es la apatía o negligencia que experimenta una persona cuando siente rechazo hasta para atender las acciones que son necesarias. Fernando Savater la define como ″el congelamiento de la voluntad″.
Aunque hay muchos tipos de pereza, quiero llamar la atención del lector hacia estas dos variantes: la de tipo oriental y la occidental.
La primera, la oriental, inclina al perezoso a pasarse el día holgazaneando bajo el sol, evitando todo tipo de trabajo o actividad útil, bebiendo té y charlando con los amigos.
La occidental, en cambio, es muy distinta. El perezoso americano o europeo abarrota su vida de actividades compulsivas; satura de tal modo sus agendas, que no le queda tiempo para atender los verdaderos problemas de la vida.
Desempeña varios empleos, cumple con diferentes horarios y calendarios, recibe y hace múltiples llamadas telefónicas, le da seguimiento a variados proyectos y programas; en fin que, aunque admite que es necesario dedicarle algún tiempo a las cosas trascendentes de la existencia, la forma como organiza su vida no da para más.
Es entonces cuando ese cúmulo de responsabilidades (¿no deberíamos llamarles mejor irresponsabilidades?) se utiliza como parapeto para disimular la pereza que se padece a cumplir con la obligación que todos tenemos de atender lo trascendente que la vida tiene.
Este texto fue redactado con base en ideas que sobre el tema
aparecen en el libro ″Destellos de sabiduría″ de
Sogyal Rinpoche, Editorial Urano
Todos los seres vivos manifestamos una tendencia a evitar el desperdicio de energías; sobre todo si la actividad que se tiene que realizar no reporta un beneficio relativamente seguro.
Pero lo que se conoce como pereza es la apatía o negligencia que experimenta una persona cuando siente rechazo hasta para atender las acciones que son necesarias. Fernando Savater la define como ″el congelamiento de la voluntad″.
Aunque hay muchos tipos de pereza, quiero llamar la atención del lector hacia estas dos variantes: la de tipo oriental y la occidental.
La primera, la oriental, inclina al perezoso a pasarse el día holgazaneando bajo el sol, evitando todo tipo de trabajo o actividad útil, bebiendo té y charlando con los amigos.
La occidental, en cambio, es muy distinta. El perezoso americano o europeo abarrota su vida de actividades compulsivas; satura de tal modo sus agendas, que no le queda tiempo para atender los verdaderos problemas de la vida.
Desempeña varios empleos, cumple con diferentes horarios y calendarios, recibe y hace múltiples llamadas telefónicas, le da seguimiento a variados proyectos y programas; en fin que, aunque admite que es necesario dedicarle algún tiempo a las cosas trascendentes de la existencia, la forma como organiza su vida no da para más.
Es entonces cuando ese cúmulo de responsabilidades (¿no deberíamos llamarles mejor irresponsabilidades?) se utiliza como parapeto para disimular la pereza que se padece a cumplir con la obligación que todos tenemos de atender lo trascendente que la vida tiene.
Este texto fue redactado con base en ideas que sobre el tema
aparecen en el libro ″Destellos de sabiduría″ de
Sogyal Rinpoche, Editorial Urano