«A la verdad absoluta ─dijo el Buda─ sólo se llega a través de la devoción». Y yo agrego que no se puede alcanzar la verdad absoluta si no se logra primero el dominio sobre la mente ordinaria. Y el camino que nos lleva a trascender la mente ordinaria pasa por el corazón, que es el asiento de la devoción.
Dilgo Khyentse decía que los rayos del sol caen en todas partes de manera ordinaria; pero donde haya una lente de aumento, el sol hará que arda la hojarasca. Esto quiere decir que cuando los rayos de compasión de los budas pasen por la lente de nuestra devoción, se encenderán en nosotros las flamas de las bendiciones.
Pero hay que dejar bien asentado qué se entiende por devoción. Si la confundimos con adoración insensata, si creemos que tener devoción por alguien es abdicar a nuestras responsabilidades o someternos irreflexivamente a los caprichos de otra persona, no estamos entendiendo bien su significado.
La genuina devoción se manifiesta cuando aparece en nosotros una ininterrumpida receptividad hacia la verdad. Este bello sentimiento nace de una gratitud maravillada y reverente; pero, al mismo tiempo, lúcida, fundada e inteligente.
«Al principio ─dice Dilgo Khyentse─, la devoción a un maestro no aparece de manera espontánea; pero, con el trato continuado, y a fuerza de ser testigos de sus cualidades, va apareciendo el afecto, la confianza y, finalmente, la devoción que hará que la simple mención de su nombre haga que se interrumpan las percepciones ordinarias que impiden que lo veamos como a un Buda en persona».
Los tibetanos saben que quien se relaciona con su maestro como si fuera un Buda, recibe la bendición de un Buda; y quienes lo hacen como si fuera un ser humano, reciben la bendición de un ser humano.
Y aclaro: Los maestros no necesitan de la devoción de sus discípulos; pero considerarlos budas vivientes es la manera más pura, rápida y sencilla de llegar a conocer la auténtica naturaleza de nuestra mente y de percibir a las cosas, los seres y los fenómenos como realmente son.
Sogyal Rimpoche
De El libro tibetano de la vida y de la muerte
«A la verdad absoluta ─dijo el Buda─ sólo se llega a través de la devoción». Y yo agrego que no se puede alcanzar la verdad absoluta si no se logra primero el dominio sobre la mente ordinaria. Y el camino que nos lleva a trascender la mente ordinaria pasa por el corazón, que es el asiento de la devoción.
Dilgo Khyentse decía que los rayos del sol caen en todas partes de manera ordinaria; pero donde haya una lente de aumento, el sol hará que arda la hojarasca. Esto quiere decir que cuando los rayos de compasión de los budas pasen por la lente de nuestra devoción, se encenderán en nosotros las flamas de las bendiciones.
Pero hay que dejar bien asentado qué se entiende por devoción. Si la confundimos con adoración insensata, si creemos que tener devoción por alguien es abdicar a nuestras responsabilidades o someternos irreflexivamente a los caprichos de otra persona, no estamos entendiendo bien su significado.
La genuina devoción se manifiesta cuando aparece en nosotros una ininterrumpida receptividad hacia la verdad. Este bello sentimiento nace de una gratitud maravillada y reverente; pero, al mismo tiempo, lúcida, fundada e inteligente.
«Al principio ─dice Dilgo Khyentse─, la devoción a un maestro no aparece de manera espontánea; pero, con el trato continuado, y a fuerza de ser testigos de sus cualidades, va apareciendo el afecto, la confianza y, finalmente, la devoción que hará que la simple mención de su nombre haga que se interrumpan las percepciones ordinarias que impiden que lo veamos como a un Buda en persona».
Los tibetanos saben que quien se relaciona con su maestro como si fuera un Buda, recibe la bendición de un Buda; y quienes lo hacen como si fuera un ser humano, reciben la bendición de un ser humano.
Y aclaro: Los maestros no necesitan de la devoción de sus discípulos; pero considerarlos budas vivientes es la manera más pura, rápida y sencilla de llegar a conocer la auténtica naturaleza de nuestra mente y de percibir a las cosas, los seres y los fenómenos como realmente son.
Sogyal Rimpoche
De El libro tibetano de la vida y de la muerte