Toda la sabiduría que adquieras y los razonamientos que tu mente genere no deben tener más intención que la de enseñarte a no tener miedo de morir. Tienes que aprender a no ser indiferente con la muerte; porque, si hay algo seguro e inevitable en el horizonte de tu existencia es que te vas a morir. He visto cómo vives: vienes y vas, trotas y danzas, trabajas y estudias; pero de la muerte… ¡ni una palabra!
No porque dejas de pensar en eso alejas de tu vida ese destino. No hay un lugar en el mundo en donde la muerte no pueda encontrarte. Por más que vuelvas la cabeza en todas direcciones, no hallarás un lugar en el que estés fuera de su alcance. Es una locura creer que porque la sacas de tu mente, puedes evadirla.
Si la ignoras, cuando llegue y se manifieste en ti, en tu esposa, en tus hijos o en tus amigos, te sorprenderá desprevenido y… ¡qué tormentas de pasión!, ¡qué de llantos!, ¡qué de furor!, ¡qué desesperación sentirás!
Aunque te parezca que por tu edad tienes todavía mucha vida por delante, la verdad es que la muerte puede sorprenderte en cualquier momento. Pasa revista a la información que tienes y te darás cuenta de los muchos que han muerto antes de tener tu edad. Jesús y Alejandro, dos hombres por demás grandiosos, tuvieron una vida más bien corta. Mucha gente que conociste dejó de vivir siendo aún joven. Bien sabes tú que la muerte cuenta con numerosos medios para sorprendernos.
Si a pesar de eso alejas tu pensamiento de la muerte, es un despropósito lo que haces. Si la muerte fuera un enemigo que pudiéramos evitar o vencer, yo mismo te aconsejaría que huyeras de ella o que la combatieras hasta vencerla. Pero como no se puede, pues atrapa al medroso y al valiente, al fuerte y al desvalido, al saludable y al enfermizo, lo que tienes que hacer es comenzar a quitarle toda esa ventaja que tiene sobre ti.
Tienes que adoptar una actitud bien opuesta a lo que es común. Empieza por quitar de tu mente toda esa extrañeza que le dispensas. Frecuéntala; acostúmbrate a ella. ¡Que tu pensamiento la tenga siempre presente! Piensa en ella con frecuencia y obsérvala en todos los rostros. Repite constantemente este pensamiento: «En este momento la muerte puede sorprenderme».
Cuando estés en fiestas y reuniones recuerda cuál es tu condición. No dejes que el placer o la dicha del momento se apodere de ti y haga que te olvides de tu fragilidad y de la permanente amenaza que pesa sobre ti. Haz como acostumbraban los egipcios: en medio de sus festines colocaban un esqueleto para que los contertulios estuvieran advertidos.
Como no sabes en qué momento vas a toparte con ella, espérala en todas partes. Sigue el consejo que Horacio da en una de sus Epístolas: «Si imaginas que cada día es el último que para ti alumbra, te sentirás agradecido de poder ver el amanecer que ya no esperabas».
Haz prácticas sobre el morir. Si te ejercitas sobre la muerte ensayarás la libertad. El día que tomes conciencia de que puedes morir en cualquier momento, dejarás de ser esclavo.
Michel de Montaigne (1533-1592)
Las ideas de este escrito fueron tomadas del Cap. 19
del Libro I de sus famosos ″Ensayos″.
Toda la sabiduría que adquieras y los razonamientos que tu mente genere no deben tener más intención que la de enseñarte a no tener miedo de morir. Tienes que aprender a no ser indiferente con la muerte; porque, si hay algo seguro e inevitable en el horizonte de tu existencia es que te vas a morir. He visto cómo vives: vienes y vas, trotas y danzas, trabajas y estudias; pero de la muerte… ¡ni una palabra!
No porque dejas de pensar en eso alejas de tu vida ese destino. No hay un lugar en el mundo en donde la muerte no pueda encontrarte. Por más que vuelvas la cabeza en todas direcciones, no hallarás un lugar en el que estés fuera de su alcance. Es una locura creer que porque la sacas de tu mente, puedes evadirla.
Si la ignoras, cuando llegue y se manifieste en ti, en tu esposa, en tus hijos o en tus amigos, te sorprenderá desprevenido y… ¡qué tormentas de pasión!, ¡qué de llantos!, ¡qué de furor!, ¡qué desesperación sentirás!
Aunque te parezca que por tu edad tienes todavía mucha vida por delante, la verdad es que la muerte puede sorprenderte en cualquier momento. Pasa revista a la información que tienes y te darás cuenta de los muchos que han muerto antes de tener tu edad. Jesús y Alejandro, dos hombres por demás grandiosos, tuvieron una vida más bien corta. Mucha gente que conociste dejó de vivir siendo aún joven. Bien sabes tú que la muerte cuenta con numerosos medios para sorprendernos.
Si a pesar de eso alejas tu pensamiento de la muerte, es un despropósito lo que haces. Si la muerte fuera un enemigo que pudiéramos evitar o vencer, yo mismo te aconsejaría que huyeras de ella o que la combatieras hasta vencerla. Pero como no se puede, pues atrapa al medroso y al valiente, al fuerte y al desvalido, al saludable y al enfermizo, lo que tienes que hacer es comenzar a quitarle toda esa ventaja que tiene sobre ti.
Tienes que adoptar una actitud bien opuesta a lo que es común. Empieza por quitar de tu mente toda esa extrañeza que le dispensas. Frecuéntala; acostúmbrate a ella. ¡Que tu pensamiento la tenga siempre presente! Piensa en ella con frecuencia y obsérvala en todos los rostros. Repite constantemente este pensamiento: «En este momento la muerte puede sorprenderme».
Cuando estés en fiestas y reuniones recuerda cuál es tu condición. No dejes que el placer o la dicha del momento se apodere de ti y haga que te olvides de tu fragilidad y de la permanente amenaza que pesa sobre ti. Haz como acostumbraban los egipcios: en medio de sus festines colocaban un esqueleto para que los contertulios estuvieran advertidos.
Como no sabes en qué momento vas a toparte con ella, espérala en todas partes. Sigue el consejo que Horacio da en una de sus Epístolas: «Si imaginas que cada día es el último que para ti alumbra, te sentirás agradecido de poder ver el amanecer que ya no esperabas».
Haz prácticas sobre el morir. Si te ejercitas sobre la muerte ensayarás la libertad. El día que tomes conciencia de que puedes morir en cualquier momento, dejarás de ser esclavo.
Michel de Montaigne (1533-1592)
Las ideas de este escrito fueron tomadas del Cap. 19
del Libro I de sus famosos ″Ensayos″.