Eran muchos los discípulos que se acercaban a recibir las enseñanzas del maestro; pero había uno que tenía para su mentor una fidelidad digna de ser alabada. Si no fuera porque el pupilo pecaba de ingenuo, su avance por el Sendero podría haber sido sobresaliente. Era tanto su candor que llegó a pensar que su maestro era un buda viviente.
Un día, cuando el maestro tomaba asiento en el refectorio del monasterio, pegó un grito de dolor y se levantó de un salto. Alguien, que había estado remendando sus ropas, dejó olvidada en la silla una aguja que la suerte ─o el karma─ quiso que el maestro la encontrara de esa desafortunada manera.
Al instante, el discípulo perdió toda la fe que le tenía a su maestro y se marchó mascullando estas palabras:
─¡Qué decepción! El maestro no está plenamente iluminado. Si lo estuviera, no hubiera gritado ni saltado de esa manera.
─¡Pobre muchacho! ─murmuró a su vez el maestro─. Si supiera que yo, ni la aguja, ni el salto, ni el grito que proferí tenemos realidad intrínseca, se quedaría estudiando el dharma conmigo.
Este texto fue redactado con base en las ideas de un cuento que sobre
el tema aparece en el libro ″Destellos de sabiduría″ de Sogyal Rimpoché,
Editorial Urano.
Eran muchos los discípulos que se acercaban a recibir las enseñanzas del maestro; pero había uno que tenía para su mentor una fidelidad digna de ser alabada. Si no fuera porque el pupilo pecaba de ingenuo, su avance por el Sendero podría haber sido sobresaliente. Era tanto su candor que llegó a pensar que su maestro era un buda viviente.
Un día, cuando el maestro tomaba asiento en el refectorio del monasterio, pegó un grito de dolor y se levantó de un salto. Alguien, que había estado remendando sus ropas, dejó olvidada en la silla una aguja que la suerte ─o el karma─ quiso que el maestro la encontrara de esa desafortunada manera.
Al instante, el discípulo perdió toda la fe que le tenía a su maestro y se marchó mascullando estas palabras:
─¡Qué decepción! El maestro no está plenamente iluminado. Si lo estuviera, no hubiera gritado ni saltado de esa manera.
─¡Pobre muchacho! ─murmuró a su vez el maestro─. Si supiera que yo, ni la aguja, ni el salto, ni el grito que proferí tenemos realidad intrínseca, se quedaría estudiando el dharma conmigo.
Este texto fue redactado con base en las ideas de un cuento que sobre
el tema aparece en el libro ″Destellos de sabiduría″ de Sogyal Rimpoché,
Editorial Urano.