Hace pocos días falleció Eduardo Galeano. Este valiente escritor y periodista uruguayo, como les ha pasado a tantos críticos del Imperio, pasó buena parte de su vida exiliado. La nota distintiva de su trabajo literario es la concisión. Quiero decir con esto que poseía ese don del que pocos escritores pueden hacer gala: el de expresar en pocos párrafos ─salpicados de retruécanos y paradojas─ los rasgos nodales del tema que desarrolla.
Transcribo en este escrito, un retrato que sobre el Buda se atrevió a publicar. Lo intituló… La Divinidad Sonriente
«Sus imágenes lo muestran sonriendo, serenamente irónico, como burlándose de las paradojas que signaron su vida y su después.
El Buda no creyó en dioses, ni se creyó Dios; pero sus devotos lo han divinizado.
El Buda no creyó en milagros, ni los practicó; pero sus devotos le atribuyen poderes milagreros.
El Buda no creyó en ninguna religión, ni fundó ninguna; pero el paso del tiempo convirtió al budismo en una de las religiones más numerosas del mundo.
El Buda nació a orillas del río Ganges; pero los budistas no suman ni el uno por ciento de la población de la India.
El Buda predicó el ascetismo, el renunciamiento a la pasión y la negación del deseo; pero murió de un atracón de carne de cerdo.» – De su libro ″Espejos″, Siglo XXI Editores
Y ya que hablamos de la muerte del Buda ─Parinirvana, le llaman los enterados─ no está por demás hacer algunas precisiones:
A 2,600 años del evento, claro está, no es fácil aproximarse con éxito a lo que en realidad fueron las causas de su deceso. Es más: su nacimiento, su vida en palacio, su incansable búsqueda y el hallazgo final que hizo, sin contar los 40 años de su itinerante ejercicio docente, son parte de lo que esta tradición espiritual, sin empacho, ha llamado el mito fundacional.
El empleo del vocablo mito, deja bastante clara la idea de que la mayoría de las tradiciones espirituales se forman a partir de relatos exagerados que dan cuenta de hechos sorprendentemente inusuales que acontecen durante la gestación, el nacimiento, la infancia y la juventud de su fundador. Afortunadamente, el valor de la doctrina que se construye en torno de su vida y de su obra, es lo que las hace trascendentes.
Volviendo al tema del óbito del Buda, termino diciendo que la mayoría de los textos, o de los autores que abordan este asunto, coinciden en que su muerte se debió a una intoxicación alimenticia. Algunos dicen que se debió a la ingestión de ciertos hongos en estado de descomposición, parecidos a los que se utilizan para alimentar a los cerdos; otros, que ingirió carne de jabalí y, aunque practicaba el vegetarianismo, por no ser descortés con el oferente, no quiso desairarlo.
Por otra parte, considerando el tipo de persona que era y el valor de la enseñanza que dejó para la posteridad, si fuera cierta esta información, no deja de parecernos una forma bastante extraña y desafortunada de abandonar el mundo.
Cuenta la tradición que, cuando este envenenamiento acabó con su vida, frisaba los 80 años. También se dice que murió recostado, rodeado de sus discípulos y soportando estoicamente las dolorosas acometidas de la intoxicación.
Monterrey, N. L. a 19 de abril de 2015.
Hace pocos días falleció Eduardo Galeano. Este valiente escritor y periodista uruguayo, como les ha pasado a tantos críticos del Imperio, pasó buena parte de su vida exiliado. La nota distintiva de su trabajo literario es la concisión. Quiero decir con esto que poseía ese don del que pocos escritores pueden hacer gala: el de expresar en pocos párrafos ─salpicados de retruécanos y paradojas─ los rasgos nodales del tema que desarrolla.
Transcribo en este escrito, un retrato que sobre el Buda se atrevió a publicar. Lo intituló… La Divinidad Sonriente
«Sus imágenes lo muestran sonriendo, serenamente irónico, como burlándose de las paradojas que signaron su vida y su después.
El Buda no creyó en dioses, ni se creyó Dios; pero sus devotos lo han divinizado.
El Buda no creyó en milagros, ni los practicó; pero sus devotos le atribuyen poderes milagreros.
El Buda no creyó en ninguna religión, ni fundó ninguna; pero el paso del tiempo convirtió al budismo en una de las religiones más numerosas del mundo.
El Buda nació a orillas del río Ganges; pero los budistas no suman ni el uno por ciento de la población de la India.
El Buda predicó el ascetismo, el renunciamiento a la pasión y la negación del deseo; pero murió de un atracón de carne de cerdo.» – De su libro ″Espejos″, Siglo XXI Editores
Y ya que hablamos de la muerte del Buda ─Parinirvana, le llaman los enterados─ no está por demás hacer algunas precisiones:
A 2,600 años del evento, claro está, no es fácil aproximarse con éxito a lo que en realidad fueron las causas de su deceso. Es más: su nacimiento, su vida en palacio, su incansable búsqueda y el hallazgo final que hizo, sin contar los 40 años de su itinerante ejercicio docente, son parte de lo que esta tradición espiritual, sin empacho, ha llamado el mito fundacional.
El empleo del vocablo mito, deja bastante clara la idea de que la mayoría de las tradiciones espirituales se forman a partir de relatos exagerados que dan cuenta de hechos sorprendentemente inusuales que acontecen durante la gestación, el nacimiento, la infancia y la juventud de su fundador. Afortunadamente, el valor de la doctrina que se construye en torno de su vida y de su obra, es lo que las hace trascendentes.
Volviendo al tema del óbito del Buda, termino diciendo que la mayoría de los textos, o de los autores que abordan este asunto, coinciden en que su muerte se debió a una intoxicación alimenticia. Algunos dicen que se debió a la ingestión de ciertos hongos en estado de descomposición, parecidos a los que se utilizan para alimentar a los cerdos; otros, que ingirió carne de jabalí y, aunque practicaba el vegetarianismo, por no ser descortés con el oferente, no quiso desairarlo.
Por otra parte, considerando el tipo de persona que era y el valor de la enseñanza que dejó para la posteridad, si fuera cierta esta información, no deja de parecernos una forma bastante extraña y desafortunada de abandonar el mundo.
Cuenta la tradición que, cuando este envenenamiento acabó con su vida, frisaba los 80 años. También se dice que murió recostado, rodeado de sus discípulos y soportando estoicamente las dolorosas acometidas de la intoxicación.
Monterrey, N. L. a 19 de abril de 2015.