Redacto estos párrafos a solicitud de parte. Y confieso que no es tarea fácil expresar en un texto breve los tremendos alcances históricos y espirituales que la vida de este increíble ser humano tiene. Y más difícil aún es, que seres de Occidente como nosotros, podamos entender con claridad los contextos políticos, sociales y religiosos que existieron ─y existen todavía─ en esas elevadas latitudes himaláyicas que fueron la cuna del personaje que intento describir y que también dieron lugar al nacimiento de la una de las tradiciones culturales más sorprendentes del planeta.
Sin embargo, aunque es un atrevimiento hacerlo ─y me disculpo por anticipado─ procedo a exponer algunas ideas sobre la vida y la obra de este excelso personaje, cuyo peregrinaje por el mundo deja ─y seguirá dejando─ profunda huella en la conciencia colectiva de la humanidad.
Y por hacerlo a la manera de Silvio Rodríguez, el célebre trovador cubano, comienzo este escrito diciendo que «No voy a hablarles de un hombre común; haré la historia de un ser de otro mundo, de un animal de galaxia». Su vida y su obra son tan vastas y tan complejas que, ¡hasta para mencionar su nombre se entra en conflicto! ¿Cómo nos dirigimos a él? ¿Lo llamamos Lhamo Dhondup? o ¿Tenzin Gyatso? o ¿Kundun? o Emanación de Chenrezig? O mejor: ¿El portador del loto? ¿La presencia? ¿Océano de sabiduría? ¿Embajador de la compasión? Para no meterse en honduras el mundo acabó dirigiéndose a él utilizando la expresión mongolo-tibetana Dalai Lama.
Los 80 años que este sorprendente espécimen humano ha necesitado, hasta ahora, para vivir la experiencia humana, han sido una odisea. Si el Homero de la Antigüedad clásica griega nos visitara de nuevo, es casi seguro que ya estaría escribiendo una nueva epopeya. Con la diferencia de que este Ulises posmoderno aún no tiene la dicha de regresar a su amada Ítaca del Tíbet.
Desde su llegada a este mundo, un día como como el pasado lunes 6, hace 80 años, comienza su apasionante aventura. Nace en Amdo, humilde aldea de la provincia de Quinghai y, a los pocos años, su familia recibe la visita de un grupo de monjes de alta jerarquía espiritual, mismos que dan a sus sorprendidos padres la noticia de que su pequeño hijo es el tulku en el que ha encarnado, por décimo cuarta vez, la mente de quien ha sido y seguirá siendo el guía espiritual del pueblo tibetano.
El procedimiento que esta tradición utiliza para designar a su líder espiritual y político, es bastante extraño. Nuestras mentes de occidentales del siglo XXI batallan para entender estas cosas. Tal vez, si nos dijeran que las pruebas de ADN que le practicaron arrojaron la certidumbre de la filiación espiritual que se le atribuye, comprenderíamos mejor este fenómeno. Pero, desgraciadamente, todavía no existen laboratorios que den fe de alcurnias mentales, linajes espirituales y transferencias de conciencias.
Pues es el caso que, utilizando la metodología ancestral que esta cultura emplea para estos menesteres, el niño correcto fue localizado; y después de mostrarle varios malas, libros y algunos implementos rituales, el pequeño reconoció sin lugar a dudas los que habían pertenecido al Jerarca anterior; es decir, los que él mismo utilizaba cuando su mente moraba en el viejo vehículo corporal del anterior Dalai Lama.
Hecho esto, lo llevan al Potala, residencia oficial de la autoridad civil y religiosa del Tíbet, y lo proclaman y lo entronizan como líder oficial del pueblo, con autoridad moral, espiritual y política ilimitada. Aquí hay que hacer hincapié en que, en el Tíbet de ese tiempo, operaba una monarquía sui generis. Los politólogos de hoy, dirían que el gobierno tibetano era feudal, teocrático y absolutista. Pero, para los moradores de esas agrestes y nevadas tierras, esa es la forma de gobierno que, kármicamente, merecen; que, socialmente, aceptan y disfrutan; y que, espiritualmente, necesitan.
El niño contaba con apenas 5 años cuando empezó su educación y su formación budista. Pero, sucedió que sus vecinos chinos empezaron a sentir ambiciones de expansión territorial. Hacía tiempo que habían puesto sus ojos en los inhóspitos, pero bellos y ricos parajes tibetanos. Fue entonces cuando los tutores del niño, que en ese ínterin fungían como autoridades provisionales del Tíbet, forzaron los tiempos y declararon que el joven Dalai Lama había cumplido ya la mayoría de edad. Dicho de otro modo, presionaron para que, cuanto antes, el muchacho comenzara a desempeñar su puesto de jefe espiritual y político de la nación.
Y ahí tienen ustedes a un adolescente ─tenía quince años apenas─ afrontando los difíciles compromisos que un Jefe de Estado tiene que cumplir, agravado todo esto por los intransigentes tratos que el invasor exigía y las draconianas condiciones que la China comunista imponía al País de las nieves.
Ante la imposibilidad de convenio ninguno, los socialistas invadieron y ocuparon militarmente al Tíbet, con todo lo que eso representa. Y, con la amenaza de su inminente captura, a los 25 años, con un doctorado en filosofía que lo convertía en Geshe Lharampa, huye del Tíbet y se instala, con miles de seguidores, en un territorio que generosamente les concede la India de Nehrú. Desde ese momento nace lo que ahora se conoce como el pueblo y el gobierno del Tíbet en el exilio, con Dharamsala como su capital.
No es agradable comentar ahora, que la injusta y cruenta ocupación militar que China implementó contra el Tíbet, se dio ante la apatía y la incomprensión del mundo. Más interesados en apuntalar su comercio y en cuidar su economía, los grandes países europeos y americanos «se hicieron de la vista gorda». De sobra son conocidas las atrocidades que el gobierno del país de Mao, cometió y sigue cometiendo contra este pueblo y contra esta grandiosa civilización. De nada valieron las conversaciones de paz que el Dalai Lama tuvo con los líderes chinos; los exhortos que la ONU ha hecho a China para que se respeten los derechos humanos, tampoco han hecho mella en el gobierno invasor; ni los señalamientos que el Dalai Lama hace en sus recorridos por el mundo producen los efectos positivos que el mundo civilizado espera.
La prueba más fehaciente de que son válidos y justos los reclamos que el Dalai Lama ha expresado en numerosos foros internacionales, es el hecho de que, en 1989, reconociendo los métodos pacíficos utilizados por él para la defensa de su pueblo y de su territorio, la Fundación Novel, uno de los patronatos que goza de la mayor solvencia moral en nuestros días, le otorgó el máximo galardón que un erudito y hombre de paz puede obtener en este planeta: el Premio Novel de la Paz. Además, ha sido recibido como visitante distinguido en docenas de países, México incluido, con el comprensible disgusto de la autoridad política de China, y numerosas universidades, reconociendo sus innegables méritos, lo han investido con doctorados honoris causa.
Como si esto no fuera suficiente, el cine ha valorado tanto sus acciones, que ha sido llevada a la pantalla su vida y sus luchas no violentas por la justicia y por la paz. “Siete años en el Tíbet” y “Kundun” son algunas de las películas se han inspirado en su incansable esfuerzo.
A pesar de que todos sus empeños han resultado infructuosos, a pesar de que los gobiernos de todos los países han mostrado oídos sordos al clamor de un pueblo, a pesar de que el mundo se ha hecho el desentendido ante la barbarie, a pesar de que la comunidad global finge no ver el aplastamiento, la aniquilación, el exterminio de una cultura y la devastación infame de monasterios y santuarios, el Dalai Lama, con el ominoso peso del dolor sobre su espalda, viaja por el mundo llevando a todos los hombres del planeta el mensaje de paz y de concordia que la humanidad de nuestros días tanto necesita para vivir en armonía con los demás.
En lugar de mostrar un rostro surcado por el rictus de dolor moral que pesa sobre él, en lugar de sentirse abatido por la cruel pena que lo embarga, en lugar de dar una imagen doliente llena de aflicción y desconsuelo, sorprende al mundo con una permanente sonrisa y con una jovialidad que ya la quisieran muchos Jefes de Estado. Oprimieron su país, lastimaron a su pueblo, llevaron la ambición desmedida de poder hasta la perpetración de un nuevo holocausto; y a pesar de eso, su voz no se quiebra ni su edificio humano se derrumba. Su palabra sigue resonando por el mundo. Por un lado, expresando un permanente clamor justicia; y por el otro, haciendo que la rueda del Dharma siga en movimiento.
A sus 80 años, sigue cruzando himalayas de incomprensión y de apatía. Con un fardo de ocho décadas sobre su espalda, continúa denunciando la pérdida de la soberanía de su nación y la masacre que padecen sus connacionales. Lleva casi medio siglo de lucha y, bodhisatva al fin, se ha opuesto al uso de la violencia y ha propuesto soluciones basadas en la tolerancia y en el respeto mutuo; todo, con el objetivo de preservar la herencia histórica y cultural de su pueblo.
Y siendo como es, un Nelson Mandela superado, un Gandhi corregido y aumentado, recorre los caminos del mundo diciendo que él es, solamente, «un simple monje budista», a pesar de que medio mundo sabe ─y los budistas lo saben mejor que nadie─ que es el vehículo humano que Avalokiteshvara utiliza, por décimo cuarta vez, para ir por el mundo arrojando granos de amores y esperanzas en los surcos del corazón de los humanos.
Concluyo esta lectura, recapacitando sobre el crimen de lesa humanidad que se está cometiendo en el Tíbet. ¡Es una lástima! Porque, ese ser colectivo que llamamos humanidad, se está destruyendo a sí mismo cuando extirpa de su cuerpo el órgano que secreta la vital hormona de lo ceremonial y de lo místico. Sin ese elemento en las venas, la vida pierde su sentido. Esto equivale a un suicidio espiritual colectivo.
Repaso ahora, algunas frases que la literatura de hoy ha recogido; y que fueron tomadas de los numerosos libros que le han publicado, de las incontables conferencias que ha dictado, de las frecuentes entrevistas que ha concedido y de las sabias enseñanzas que ha impartido. Seleccioné sólo siete.
Primera.- Tu mejor maestro es tu enemigo. Cada vez que te encuentras con él tienes una oportunidad de oro para practicar la paciencia, la tolerancia y la compasión.
Segunda.- Sólo hay dos días en el año en los que no puedes hacer nada: uno se llama ayer; y el otro, mañana.
Tercera.- El ser humano no necesita construir grandes templos ni devanarse los sesos estudiando filosofías profundas y complicadas. El mejor templo al que puede ingresar, es su corazón; y la mejor filosofía que puede practicar, es la bondad.
Cuarta- Aléjate de las personas que sólo traen quejas, problemas, miedos y noticias de desastres. Andan buscando un cesto para depositar su basura. Procura que no utilicen tu mente para tirar sus congojas.
Quinta.- No importa que las distintas culturas que han florecido en el mundo hayan creado diferentes religiones. Lo que sí importa es que todas coincidan en un objetivo general: que sus practicantes sean buenas personas y ayuden a los demás.
Sexta.- Sé generoso. Ayudar a otros es la mejor acción que puedes realizar. Pero si de plano no puedes hacerlo, por lo menos no les causes daños.
Séptima.- Uno de los hechos más infortunados que el proceder humano puede llevar a cabo, es utilizar las religiones para provocar peleas y para crear divisiones.
Finalmente, recito un fragmento de un texto de Shantideva que al Dalai Lama le gusta pronunciar a manera de oración:
Que los méritos que acumule con las acciones virtuosas que realice, sirvan para que haya armonía en el mundo y para que aumente la felicidad de mis hermanos.
Mientras el espacio exista; mientras haya en el mundo seres sintientes, quiero seguir viviendo para disipar las miserias del mundo.
Que sea larga mi vida y pueda yo reunir las condiciones para ayudar a que sea eliminado el sufrimiento de los seres.
Quiero terminar esta semblanza rogando porque al Dalai Lama se le conceda la altruista petición que hace («Que sea larga mi vida…), refiriéndose a la longevidad a la que espera llegar. Para tal efecto, les pido que, una vez más, reciten junto conmigo la Oración de larga vida:
En la tierra de las montañas nevadas, tú eres la fuente de todo gozo y felicidad, poderoso Tenzin Gyatso, Chenrezig. Por favor, permanece hasta que termine la existencia cíclica.
Redacto estos párrafos a solicitud de parte. Y confieso que no es tarea fácil expresar en un texto breve los tremendos alcances históricos y espirituales que la vida de este increíble ser humano tiene. Y más difícil aún es, que seres de Occidente como nosotros, podamos entender con claridad los contextos políticos, sociales y religiosos que existieron ─y existen todavía─ en esas elevadas latitudes himaláyicas que fueron la cuna del personaje que intento describir y que también dieron lugar al nacimiento de la una de las tradiciones culturales más sorprendentes del planeta.
Sin embargo, aunque es un atrevimiento hacerlo ─y me disculpo por anticipado─ procedo a exponer algunas ideas sobre la vida y la obra de este excelso personaje, cuyo peregrinaje por el mundo deja ─y seguirá dejando─ profunda huella en la conciencia colectiva de la humanidad.
Y por hacerlo a la manera de Silvio Rodríguez, el célebre trovador cubano, comienzo este escrito diciendo que «No voy a hablarles de un hombre común; haré la historia de un ser de otro mundo, de un animal de galaxia». Su vida y su obra son tan vastas y tan complejas que, ¡hasta para mencionar su nombre se entra en conflicto! ¿Cómo nos dirigimos a él? ¿Lo llamamos Lhamo Dhondup? o ¿Tenzin Gyatso? o ¿Kundun? o Emanación de Chenrezig? O mejor: ¿El portador del loto? ¿La presencia? ¿Océano de sabiduría? ¿Embajador de la compasión? Para no meterse en honduras el mundo acabó dirigiéndose a él utilizando la expresión mongolo-tibetana Dalai Lama.
Los 80 años que este sorprendente espécimen humano ha necesitado, hasta ahora, para vivir la experiencia humana, han sido una odisea. Si el Homero de la Antigüedad clásica griega nos visitara de nuevo, es casi seguro que ya estaría escribiendo una nueva epopeya. Con la diferencia de que este Ulises posmoderno aún no tiene la dicha de regresar a su amada Ítaca del Tíbet.
Desde su llegada a este mundo, un día como como el pasado lunes 6, hace 80 años, comienza su apasionante aventura. Nace en Amdo, humilde aldea de la provincia de Quinghai y, a los pocos años, su familia recibe la visita de un grupo de monjes de alta jerarquía espiritual, mismos que dan a sus sorprendidos padres la noticia de que su pequeño hijo es el tulku en el que ha encarnado, por décimo cuarta vez, la mente de quien ha sido y seguirá siendo el guía espiritual del pueblo tibetano.
El procedimiento que esta tradición utiliza para designar a su líder espiritual y político, es bastante extraño. Nuestras mentes de occidentales del siglo XXI batallan para entender estas cosas. Tal vez, si nos dijeran que las pruebas de ADN que le practicaron arrojaron la certidumbre de la filiación espiritual que se le atribuye, comprenderíamos mejor este fenómeno. Pero, desgraciadamente, todavía no existen laboratorios que den fe de alcurnias mentales, linajes espirituales y transferencias de conciencias.
Pues es el caso que, utilizando la metodología ancestral que esta cultura emplea para estos menesteres, el niño correcto fue localizado; y después de mostrarle varios malas, libros y algunos implementos rituales, el pequeño reconoció sin lugar a dudas los que habían pertenecido al Jerarca anterior; es decir, los que él mismo utilizaba cuando su mente moraba en el viejo vehículo corporal del anterior Dalai Lama.
Hecho esto, lo llevan al Potala, residencia oficial de la autoridad civil y religiosa del Tíbet, y lo proclaman y lo entronizan como líder oficial del pueblo, con autoridad moral, espiritual y política ilimitada. Aquí hay que hacer hincapié en que, en el Tíbet de ese tiempo, operaba una monarquía sui generis. Los politólogos de hoy, dirían que el gobierno tibetano era feudal, teocrático y absolutista. Pero, para los moradores de esas agrestes y nevadas tierras, esa es la forma de gobierno que, kármicamente, merecen; que, socialmente, aceptan y disfrutan; y que, espiritualmente, necesitan.
El niño contaba con apenas 5 años cuando empezó su educación y su formación budista. Pero, sucedió que sus vecinos chinos empezaron a sentir ambiciones de expansión territorial. Hacía tiempo que habían puesto sus ojos en los inhóspitos, pero bellos y ricos parajes tibetanos. Fue entonces cuando los tutores del niño, que en ese ínterin fungían como autoridades provisionales del Tíbet, forzaron los tiempos y declararon que el joven Dalai Lama había cumplido ya la mayoría de edad. Dicho de otro modo, presionaron para que, cuanto antes, el muchacho comenzara a desempeñar su puesto de jefe espiritual y político de la nación.
Y ahí tienen ustedes a un adolescente ─tenía quince años apenas─ afrontando los difíciles compromisos que un Jefe de Estado tiene que cumplir, agravado todo esto por los intransigentes tratos que el invasor exigía y las draconianas condiciones que la China comunista imponía al País de las nieves.
Ante la imposibilidad de convenio ninguno, los socialistas invadieron y ocuparon militarmente al Tíbet, con todo lo que eso representa. Y, con la amenaza de su inminente captura, a los 25 años, con un doctorado en filosofía que lo convertía en Geshe Lharampa, huye del Tíbet y se instala, con miles de seguidores, en un territorio que generosamente les concede la India de Nehrú. Desde ese momento nace lo que ahora se conoce como el pueblo y el gobierno del Tíbet en el exilio, con Dharamsala como su capital.
No es agradable comentar ahora, que la injusta y cruenta ocupación militar que China implementó contra el Tíbet, se dio ante la apatía y la incomprensión del mundo. Más interesados en apuntalar su comercio y en cuidar su economía, los grandes países europeos y americanos «se hicieron de la vista gorda». De sobra son conocidas las atrocidades que el gobierno del país de Mao, cometió y sigue cometiendo contra este pueblo y contra esta grandiosa civilización. De nada valieron las conversaciones de paz que el Dalai Lama tuvo con los líderes chinos; los exhortos que la ONU ha hecho a China para que se respeten los derechos humanos, tampoco han hecho mella en el gobierno invasor; ni los señalamientos que el Dalai Lama hace en sus recorridos por el mundo producen los efectos positivos que el mundo civilizado espera.
La prueba más fehaciente de que son válidos y justos los reclamos que el Dalai Lama ha expresado en numerosos foros internacionales, es el hecho de que, en 1989, reconociendo los métodos pacíficos utilizados por él para la defensa de su pueblo y de su territorio, la Fundación Novel, uno de los patronatos que goza de la mayor solvencia moral en nuestros días, le otorgó el máximo galardón que un erudito y hombre de paz puede obtener en este planeta: el Premio Novel de la Paz. Además, ha sido recibido como visitante distinguido en docenas de países, México incluido, con el comprensible disgusto de la autoridad política de China, y numerosas universidades, reconociendo sus innegables méritos, lo han investido con doctorados honoris causa.
Como si esto no fuera suficiente, el cine ha valorado tanto sus acciones, que ha sido llevada a la pantalla su vida y sus luchas no violentas por la justicia y por la paz. “Siete años en el Tíbet” y “Kundun” son algunas de las películas se han inspirado en su incansable esfuerzo.
A pesar de que todos sus empeños han resultado infructuosos, a pesar de que los gobiernos de todos los países han mostrado oídos sordos al clamor de un pueblo, a pesar de que el mundo se ha hecho el desentendido ante la barbarie, a pesar de que la comunidad global finge no ver el aplastamiento, la aniquilación, el exterminio de una cultura y la devastación infame de monasterios y santuarios, el Dalai Lama, con el ominoso peso del dolor sobre su espalda, viaja por el mundo llevando a todos los hombres del planeta el mensaje de paz y de concordia que la humanidad de nuestros días tanto necesita para vivir en armonía con los demás.
En lugar de mostrar un rostro surcado por el rictus de dolor moral que pesa sobre él, en lugar de sentirse abatido por la cruel pena que lo embarga, en lugar de dar una imagen doliente llena de aflicción y desconsuelo, sorprende al mundo con una permanente sonrisa y con una jovialidad que ya la quisieran muchos Jefes de Estado. Oprimieron su país, lastimaron a su pueblo, llevaron la ambición desmedida de poder hasta la perpetración de un nuevo holocausto; y a pesar de eso, su voz no se quiebra ni su edificio humano se derrumba. Su palabra sigue resonando por el mundo. Por un lado, expresando un permanente clamor justicia; y por el otro, haciendo que la rueda del Dharma siga en movimiento.
A sus 80 años, sigue cruzando himalayas de incomprensión y de apatía. Con un fardo de ocho décadas sobre su espalda, continúa denunciando la pérdida de la soberanía de su nación y la masacre que padecen sus connacionales. Lleva casi medio siglo de lucha y, bodhisatva al fin, se ha opuesto al uso de la violencia y ha propuesto soluciones basadas en la tolerancia y en el respeto mutuo; todo, con el objetivo de preservar la herencia histórica y cultural de su pueblo.
Y siendo como es, un Nelson Mandela superado, un Gandhi corregido y aumentado, recorre los caminos del mundo diciendo que él es, solamente, «un simple monje budista», a pesar de que medio mundo sabe ─y los budistas lo saben mejor que nadie─ que es el vehículo humano que Avalokiteshvara utiliza, por décimo cuarta vez, para ir por el mundo arrojando granos de amores y esperanzas en los surcos del corazón de los humanos.
Concluyo esta lectura, recapacitando sobre el crimen de lesa humanidad que se está cometiendo en el Tíbet. ¡Es una lástima! Porque, ese ser colectivo que llamamos humanidad, se está destruyendo a sí mismo cuando extirpa de su cuerpo el órgano que secreta la vital hormona de lo ceremonial y de lo místico. Sin ese elemento en las venas, la vida pierde su sentido. Esto equivale a un suicidio espiritual colectivo.
Repaso ahora, algunas frases que la literatura de hoy ha recogido; y que fueron tomadas de los numerosos libros que le han publicado, de las incontables conferencias que ha dictado, de las frecuentes entrevistas que ha concedido y de las sabias enseñanzas que ha impartido. Seleccioné sólo siete.
Primera.- Tu mejor maestro es tu enemigo. Cada vez que te encuentras con él tienes una oportunidad de oro para practicar la paciencia, la tolerancia y la compasión.
Segunda.- Sólo hay dos días en el año en los que no puedes hacer nada: uno se llama ayer; y el otro, mañana.
Tercera.- El ser humano no necesita construir grandes templos ni devanarse los sesos estudiando filosofías profundas y complicadas. El mejor templo al que puede ingresar, es su corazón; y la mejor filosofía que puede practicar, es la bondad.
Cuarta- Aléjate de las personas que sólo traen quejas, problemas, miedos y noticias de desastres. Andan buscando un cesto para depositar su basura. Procura que no utilicen tu mente para tirar sus congojas.
Quinta.- No importa que las distintas culturas que han florecido en el mundo hayan creado diferentes religiones. Lo que sí importa es que todas coincidan en un objetivo general: que sus practicantes sean buenas personas y ayuden a los demás.
Sexta.- Sé generoso. Ayudar a otros es la mejor acción que puedes realizar. Pero si de plano no puedes hacerlo, por lo menos no les causes daños.
Séptima.- Uno de los hechos más infortunados que el proceder humano puede llevar a cabo, es utilizar las religiones para provocar peleas y para crear divisiones.
Finalmente, recito un fragmento de un texto de Shantideva que al Dalai Lama le gusta pronunciar a manera de oración:
Que los méritos que acumule con las acciones virtuosas que realice, sirvan para que haya armonía en el mundo y para que aumente la felicidad de mis hermanos.
Mientras el espacio exista; mientras haya en el mundo seres sintientes, quiero seguir viviendo para disipar las miserias del mundo.
Que sea larga mi vida y pueda yo reunir las condiciones para ayudar a que sea eliminado el sufrimiento de los seres.
Quiero terminar esta semblanza rogando porque al Dalai Lama se le conceda la altruista petición que hace («Que sea larga mi vida…), refiriéndose a la longevidad a la que espera llegar. Para tal efecto, les pido que, una vez más, reciten junto conmigo la Oración de larga vida:
En la tierra de las montañas nevadas, tú eres la fuente de todo gozo y felicidad, poderoso Tenzin Gyatso, Chenrezig. Por favor, permanece hasta que termine la existencia cíclica.