Mi madre había tenido un día muy pesado. Se había atareado hasta el cansancio en el desempeño de las faenas domésticas más fuertes: lavó la ropa, planchó camisas, aseó la casa y preparó la comida para mí y para mis hermanos.
Cuando la luz del sol estaba ya ocultándose, doró unas salchichas y tostó un poco de pan para la escasa cena que mi padre acostumbraba ingerir antes de ver un poco la televisión ya acostado en la cama.
Como la fatiga de mi madre era a todas luces notoria, un descuido involuntario hizo que el tostado del pan excediera con mucho el punto de cocción que al viejo le gustaba; pero, como eran las últimas rebanadas del paquete, no tuvo más remedio que servírselas así: bastante quemadas.
Yo me percaté de esa anomalía y me quedé observándolo. Quería darme cuenta de la reacción de desagrado que, con seguridad, iba a mostrar. Pero, contrariamente a lo que yo esperaba, mi padre tomó su cena con toda la normalidad del mundo. Le sonrió a mi madre y hasta me preguntó cómo me había ido en la escuela.
No recuerdo si mis comentarios fueron coherentes o no. Lo que sí recuerdo es haberlo visto muy quitado de la pena untándole mantequilla y mermelada a los últimos trozos de pan tostado antes de devorarlos con fruición.
Cuando terminó la sencilla ceremonia en la que mi padre convertía su cena, mi madre le dijo apenada:
─¡Discúlpame! Los panes estaban, más que tostados, quemados. Pero… es que…
Mi padre, cariñoso, la interrumpió con unas palabras que han quedado grabadas en mi memoria:
─¡No te preocupes, cariño! A veces es necesario comer panes bien quemados para apreciar mejor lo deliciosos que son los panes tostados.
Más tarde, fui a dar las buenas noches a mi padre y le pregunté cómo le hizo para ingerir esos panes sin que su rostro expresara desagrado.
─Mira ─me dijo─: tu madre ha de haber tenido un día muy atareado. Se le veía cansada. Además, un pan tostado un poco quemado no le hace daño a nadie.
─Lleva estas palabras a tu mente ─continuó─: La vida está llena de cosas imperfectas y de gente imperfecta. Aprender a aceptar los errores, los defectos y las diferencias de los demás, es una de las cosas más importantes para que la relación entre las personas sea sana y duradera. ¡Los excesos que se cometan al tostar un pan no deben ser motivo de que se rompa un corazón!
COMENTARIO: La comprensión y la tolerancia son la base de una buena relación. Tenemos que ser más amables de lo que creemos necesario. En este momento, todas las personas están librando algún tipo de batalla. Todos tenemos problemas y todos estamos aprendiendo a vivir y, lo más probable, es que no nos alcance la vida para aprender todo lo que necesitamos saber.
Autor desconocido
Mi madre había tenido un día muy pesado. Se había atareado hasta el cansancio en el desempeño de las faenas domésticas más fuertes: lavó la ropa, planchó camisas, aseó la casa y preparó la comida para mí y para mis hermanos.
Cuando la luz del sol estaba ya ocultándose, doró unas salchichas y tostó un poco de pan para la escasa cena que mi padre acostumbraba ingerir antes de ver un poco la televisión ya acostado en la cama.
Como la fatiga de mi madre era a todas luces notoria, un descuido involuntario hizo que el tostado del pan excediera con mucho el punto de cocción que al viejo le gustaba; pero, como eran las últimas rebanadas del paquete, no tuvo más remedio que servírselas así: bastante quemadas.
Yo me percaté de esa anomalía y me quedé observándolo. Quería darme cuenta de la reacción de desagrado que, con seguridad, iba a mostrar. Pero, contrariamente a lo que yo esperaba, mi padre tomó su cena con toda la normalidad del mundo. Le sonrió a mi madre y hasta me preguntó cómo me había ido en la escuela.
No recuerdo si mis comentarios fueron coherentes o no. Lo que sí recuerdo es haberlo visto muy quitado de la pena untándole mantequilla y mermelada a los últimos trozos de pan tostado antes de devorarlos con fruición.
Cuando terminó la sencilla ceremonia en la que mi padre convertía su cena, mi madre le dijo apenada:
─¡Discúlpame! Los panes estaban, más que tostados, quemados. Pero… es que…
Mi padre, cariñoso, la interrumpió con unas palabras que han quedado grabadas en mi memoria:
─¡No te preocupes, cariño! A veces es necesario comer panes bien quemados para apreciar mejor lo deliciosos que son los panes tostados.
Más tarde, fui a dar las buenas noches a mi padre y le pregunté cómo le hizo para ingerir esos panes sin que su rostro expresara desagrado.
─Mira ─me dijo─: tu madre ha de haber tenido un día muy atareado. Se le veía cansada. Además, un pan tostado un poco quemado no le hace daño a nadie.
─Lleva estas palabras a tu mente ─continuó─: La vida está llena de cosas imperfectas y de gente imperfecta. Aprender a aceptar los errores, los defectos y las diferencias de los demás, es una de las cosas más importantes para que la relación entre las personas sea sana y duradera. ¡Los excesos que se cometan al tostar un pan no deben ser motivo de que se rompa un corazón!
COMENTARIO: La comprensión y la tolerancia son la base de una buena relación. Tenemos que ser más amables de lo que creemos necesario. En este momento, todas las personas están librando algún tipo de batalla. Todos tenemos problemas y todos estamos aprendiendo a vivir y, lo más probable, es que no nos alcance la vida para aprender todo lo que necesitamos saber.
Autor desconocido