Era un discípulo que se pasaba la vida experimentando con varias vías que, según él, lo conducirían hacia la liberación. Entusiasmado, ponía en práctica diferentes métodos de autodesarrollo empleando técnicas que, esperaba, promovieran su evolución espiritual y le proporcionaran sosiego interior.
Llevaba años empecinado en esa práctica tan plural. Su maestro ya le había advertido:
─ Necesitarías cien vidas para probar los beneficios de esas vías, métodos y técnicas tan variadas. ¡Selecciona alguna y profundiza!
Pero su tendencia hacia la promiscuidad espiritual era más fuerte que sus deseos de atender a su mentor. Quizá nadie conocía tantos métodos como él, pero los avances que obtenía con ellos eran casi imperceptibles.
Un día, él mismo se dio cuenta de que no había evolucionado prácticamente nada y de que le faltaba mucha serenidad interior. Fue entonces cuando se decidió acudir a quejarse ante el maestro:
─¡Estoy apenado! ─le dijo─. He avanzado muy poco.
El maestro sintió por primera vez que ahora era el momento oportuno para remover los fosilizados parámetros mentales de su discípulo.
─¡Amigo mío! ─le dijo utilizando la más apacible y cordial de las maneras─. Ahora te puedo decir que te has comportado como un necio; aunque parece que estás empezando a entenderlo. ¿Sabes cómo has procedido? Como los que buscan agua haciendo pocitos y más pocitos de escasa profundidad. Si hicieras sólo uno, desde hace mucho la habrías encontrado. Rectifica y cava con perseverancia.
COMENTARIO: La mente es frívola por naturaleza: es propensa al flirteo, es cambiante; tantea, juega, se diversifica, se sale del camino; carece de persistencia, no tiene paciencia, no sabe esperar y, sin esfuerzo y disciplina, espera resultados prontos; se hastía, se aburre, no sabe estabilizarse; desconoce la laboriosidad con que la abeja se mantiene en la flor libando su dulce néctar. Como si participara en un carnaval onírico, le gusta el cambio de los decorados. Como es muy ansiosa, tiende a dispersarse; incluso, en la búsqueda del autoconocimiento. Yendo de aquí para allá, probando muchas doctrinas y tomando lo superficial como si fuera esencial, la mente crea reacciones e ilusiones, engaños y subterfugios sin cesar; pero, si no profundiza, no puede encontrar la esencia que necesita para transformarse. Por eso hay que ejercitarse para gobernarla, para evitar su tendencia a la dispersión y a la promiscuidad. Hurgar en varias tradiciones, puede conducir a la servidumbre en lugar de a la libertad. Las enseñanzas verdaderas, se caracterizan porque invitan a la virtud, a la disciplina mental, a la meditación, a la lucidez y al desarrollo de la sabiduría. Se debe tomar una vía y seguirla, profundizando en ella hasta que se convierta en un mapa espiritual. Al final, todas conducen a la vía interior que abre dos ramales: uno hacia la mente y otro hacia el corazón. Ambas, son las luciérnagas que se necesitan para llegar a la meta suprema. Adoptar varios métodos equivale a caminar en círculo sin avanzar. Es como cerrar los ojos a la luz y preguntarse por qué hay tanta oscuridad.
Cuento oriental
Era un discípulo que se pasaba la vida experimentando con varias vías que, según él, lo conducirían hacia la liberación. Entusiasmado, ponía en práctica diferentes métodos de autodesarrollo empleando técnicas que, esperaba, promovieran su evolución espiritual y le proporcionaran sosiego interior.
Llevaba años empecinado en esa práctica tan plural. Su maestro ya le había advertido:
─ Necesitarías cien vidas para probar los beneficios de esas vías, métodos y técnicas tan variadas. ¡Selecciona alguna y profundiza!
Pero su tendencia hacia la promiscuidad espiritual era más fuerte que sus deseos de atender a su mentor. Quizá nadie conocía tantos métodos como él, pero los avances que obtenía con ellos eran casi imperceptibles.
Un día, él mismo se dio cuenta de que no había evolucionado prácticamente nada y de que le faltaba mucha serenidad interior. Fue entonces cuando se decidió acudir a quejarse ante el maestro:
─¡Estoy apenado! ─le dijo─. He avanzado muy poco.
El maestro sintió por primera vez que ahora era el momento oportuno para remover los fosilizados parámetros mentales de su discípulo.
─¡Amigo mío! ─le dijo utilizando la más apacible y cordial de las maneras─. Ahora te puedo decir que te has comportado como un necio; aunque parece que estás empezando a entenderlo. ¿Sabes cómo has procedido? Como los que buscan agua haciendo pocitos y más pocitos de escasa profundidad. Si hicieras sólo uno, desde hace mucho la habrías encontrado. Rectifica y cava con perseverancia.
COMENTARIO: La mente es frívola por naturaleza: es propensa al flirteo, es cambiante; tantea, juega, se diversifica, se sale del camino; carece de persistencia, no tiene paciencia, no sabe esperar y, sin esfuerzo y disciplina, espera resultados prontos; se hastía, se aburre, no sabe estabilizarse; desconoce la laboriosidad con que la abeja se mantiene en la flor libando su dulce néctar. Como si participara en un carnaval onírico, le gusta el cambio de los decorados. Como es muy ansiosa, tiende a dispersarse; incluso, en la búsqueda del autoconocimiento. Yendo de aquí para allá, probando muchas doctrinas y tomando lo superficial como si fuera esencial, la mente crea reacciones e ilusiones, engaños y subterfugios sin cesar; pero, si no profundiza, no puede encontrar la esencia que necesita para transformarse. Por eso hay que ejercitarse para gobernarla, para evitar su tendencia a la dispersión y a la promiscuidad. Hurgar en varias tradiciones, puede conducir a la servidumbre en lugar de a la libertad. Las enseñanzas verdaderas, se caracterizan porque invitan a la virtud, a la disciplina mental, a la meditación, a la lucidez y al desarrollo de la sabiduría. Se debe tomar una vía y seguirla, profundizando en ella hasta que se convierta en un mapa espiritual. Al final, todas conducen a la vía interior que abre dos ramales: uno hacia la mente y otro hacia el corazón. Ambas, son las luciérnagas que se necesitan para llegar a la meta suprema. Adoptar varios métodos equivale a caminar en círculo sin avanzar. Es como cerrar los ojos a la luz y preguntarse por qué hay tanta oscuridad.
Cuento oriental