Me doy permiso para separarme de las personas que me maltratan, de las que me tratan con brusquedad, con presiones o con violencia. No acepto la brusquedad ni mucho menos la violencia, aunque vengan de mis padres, de mi pareja, de mis hijos o de cualquier persona. Los individuos bruscos o violentos, desde este mismo momento, quedan fuera de mi vida.
Soy un ser humano que trata con respeto y consideración a los demás. Por tanto, merezco también consideración y respeto.
Me doy permiso para dejar de ser considerado el alma de la fiesta, el que pone el entusiasmo en las situaciones. Ya no quiero ser la persona de la que depende el calor humano en el hogar, la que está dispuesta al diálogo para resolver los conflictos cuando los demás ni siquiera lo intentan.
No he nacido para entretener y para dar energía a los demás a costa de agotarme yo. Estoy harto de prodigar estímulos con tal de que continúen a mi lado.
Mi propia existencia, mi ser, es de por sí valioso. Si quieren continuar a mi lado tienen que aprender a valorarme. Con que cuenten con mi presencia, ya es suficiente: no tengo que agotarme haciendo cosas para que adviertan lo que valgo.
Me doy permiso para no tolerar exigencias desproporcionadas. No voy a cargar con responsabilidades que les corresponden a otros que se desentienden de sus compromisos.
Me doy permiso para no agotarme intentando ser una persona excelente. No soy perfecto ─¡nadie es perfecto!─ La perfección es fastidiosa.
Asumo plenamente mi derecho a defenderme, a rechazar la hostilidad ajena, a no ser tan correcto como quieren. Asumo, también, mi derecho a poner límites; a establecer barreras que me protejan de algunas personas, sin sentirme culpable. No he nacido para ser víctima de nadie.
Me doy permiso para ser inmune a los elogios y a las alabanzas desmesurados: las personas que se exceden con sus lisonjas son abrumadoras. Dan tanto, porque quieren recibir mucho más a cambio. Prefiero las relaciones menos densas. Quiero vivir con levedad, sin cargas ni demandas excesivas. Definitivamente, ¡no entro en su juego!
Me doy permiso para dejar de sufrir angustia esperando una llamada por teléfono, una palabra amable o un gesto de consideración. Me declaro una persona no adicta a la angustia.
La valoración, la aceptación y el aprecio que deben existir hacia mi persona, me los reservo. Soy yo quien me valoro, me acepto y me aprecio a mí mismo. No necesito que esas consideraciones vengan del exterior. No viviré encerrado o recluido en ninguna casa, ni limitaré mi vida a ese pequeño círculo de personas de las que quieren que dependa.
Me doy permiso para rechazar las ideas que me enseñaron en la infancia, intentando que me amoldara a los esquemas ajenos; ideas que me obligaban a ser un hombre sin fisuras, rígidamente irreprochable; es decir… ¡inhumano!
Me doy permiso para no estar al día en muchos asuntos de la vida: no necesito tanta información, tantos programas de computadora, tantas películas, tantos periódicos, tantos libros, tantas músicas. A partir de hoy decido no absorber ese exceso de información. Me doy permiso de no querer saberlo todo y de no aparentar que estoy informado de todo o de casi todo.
Me doy permiso también, de saborear las cosas de la vida que mi cuerpo y mi mente pueden asimilar con un ritmo tranquilo. Estoy decidido a profundizar en todo cuanto ya tengo y en todo lo que soy. Con esas pertenencias me basta y aún me sobra.
Y me doy el permiso más importante de todos: el de ser auténtico. No me impongo la obligación de soportar situaciones y convenciones sociales que agotan y fastidian, que disgustan y que no deseo. Ya no me esforzaré por ser complaciente. Si alguien intenta presionarme para que haga algo que mi cuerpo y mi mente no quieren hacer, me afirmo tranquila y firmemente diciendo que no. Acostumbrarse a decir «¡No!» es algo sencillo y liberador.
A partir de hoy elijo sólo lo que me da salud y vitalidad. Me siento más fuerte y más sereno cuando expreso mis decisiones como una forma de decir lo que quiero y lo que no quiero; y no como una forma de aceptar las elecciones que otros hacen. No me justificaré: si estoy alegre, lo estoy; si estoy menos alegre, lo estoy; si un día señalado del calendario es socialmente obligatorio sentirse feliz, yo estaré como me dé la gana.
Me doy permiso para estar en una forma en la que me sienta bien conmigo mismo y no como me ordenan las costumbres, las tradiciones o como quieren que me sienta los que me rodean. De aquí en adelante, lo normal y lo anormal que se manifieste en mis estados emocionales, lo establezco yo.
Joaquín Argente
Del libro Me doy permiso para…
El autor de este escrito es diafroterapeuta; es decir, especialista en el diafragma. Ese músculo que permite la respiración y la difusión de la energía pránica. Si nos damos los permisos contemplados en el texto, y sobre todo, si aprendemos a respirar diafragmáticamente, tal vez podríamos reconciliarnos con nuestras emociones ocultas que han vivido atrapadas en la rigidez de nuestro cuerpo. Podríamos, acaso, aflojar las corazas musculares que impiden que nuestro organismo disfrute de su ancestral plenitud.
Me doy permiso para separarme de las personas que me maltratan, de las que me tratan con brusquedad, con presiones o con violencia. No acepto la brusquedad ni mucho menos la violencia, aunque vengan de mis padres, de mi pareja, de mis hijos o de cualquier persona. Los individuos bruscos o violentos, desde este mismo momento, quedan fuera de mi vida.
Soy un ser humano que trata con respeto y consideración a los demás. Por tanto, merezco también consideración y respeto.
Me doy permiso para dejar de ser considerado el alma de la fiesta, el que pone el entusiasmo en las situaciones. Ya no quiero ser la persona de la que depende el calor humano en el hogar, la que está dispuesta al diálogo para resolver los conflictos cuando los demás ni siquiera lo intentan.
No he nacido para entretener y para dar energía a los demás a costa de agotarme yo. Estoy harto de prodigar estímulos con tal de que continúen a mi lado.
Mi propia existencia, mi ser, es de por sí valioso. Si quieren continuar a mi lado tienen que aprender a valorarme. Con que cuenten con mi presencia, ya es suficiente: no tengo que agotarme haciendo cosas para que adviertan lo que valgo.
Me doy permiso para no tolerar exigencias desproporcionadas. No voy a cargar con responsabilidades que les corresponden a otros que se desentienden de sus compromisos.
Me doy permiso para no agotarme intentando ser una persona excelente. No soy perfecto ─¡nadie es perfecto!─ La perfección es fastidiosa.
Asumo plenamente mi derecho a defenderme, a rechazar la hostilidad ajena, a no ser tan correcto como quieren. Asumo, también, mi derecho a poner límites; a establecer barreras que me protejan de algunas personas, sin sentirme culpable. No he nacido para ser víctima de nadie.
Me doy permiso para ser inmune a los elogios y a las alabanzas desmesurados: las personas que se exceden con sus lisonjas son abrumadoras. Dan tanto, porque quieren recibir mucho más a cambio. Prefiero las relaciones menos densas. Quiero vivir con levedad, sin cargas ni demandas excesivas. Definitivamente, ¡no entro en su juego!
Me doy permiso para dejar de sufrir angustia esperando una llamada por teléfono, una palabra amable o un gesto de consideración. Me declaro una persona no adicta a la angustia.
La valoración, la aceptación y el aprecio que deben existir hacia mi persona, me los reservo. Soy yo quien me valoro, me acepto y me aprecio a mí mismo. No necesito que esas consideraciones vengan del exterior. No viviré encerrado o recluido en ninguna casa, ni limitaré mi vida a ese pequeño círculo de personas de las que quieren que dependa.
Me doy permiso para rechazar las ideas que me enseñaron en la infancia, intentando que me amoldara a los esquemas ajenos; ideas que me obligaban a ser un hombre sin fisuras, rígidamente irreprochable; es decir… ¡inhumano!
Me doy permiso para no estar al día en muchos asuntos de la vida: no necesito tanta información, tantos programas de computadora, tantas películas, tantos periódicos, tantos libros, tantas músicas. A partir de hoy decido no absorber ese exceso de información. Me doy permiso de no querer saberlo todo y de no aparentar que estoy informado de todo o de casi todo.
Me doy permiso también, de saborear las cosas de la vida que mi cuerpo y mi mente pueden asimilar con un ritmo tranquilo. Estoy decidido a profundizar en todo cuanto ya tengo y en todo lo que soy. Con esas pertenencias me basta y aún me sobra.
Y me doy el permiso más importante de todos: el de ser auténtico. No me impongo la obligación de soportar situaciones y convenciones sociales que agotan y fastidian, que disgustan y que no deseo. Ya no me esforzaré por ser complaciente. Si alguien intenta presionarme para que haga algo que mi cuerpo y mi mente no quieren hacer, me afirmo tranquila y firmemente diciendo que no. Acostumbrarse a decir «¡No!» es algo sencillo y liberador.
A partir de hoy elijo sólo lo que me da salud y vitalidad. Me siento más fuerte y más sereno cuando expreso mis decisiones como una forma de decir lo que quiero y lo que no quiero; y no como una forma de aceptar las elecciones que otros hacen. No me justificaré: si estoy alegre, lo estoy; si estoy menos alegre, lo estoy; si un día señalado del calendario es socialmente obligatorio sentirse feliz, yo estaré como me dé la gana.
Me doy permiso para estar en una forma en la que me sienta bien conmigo mismo y no como me ordenan las costumbres, las tradiciones o como quieren que me sienta los que me rodean. De aquí en adelante, lo normal y lo anormal que se manifieste en mis estados emocionales, lo establezco yo.
Joaquín Argente
Del libro Me doy permiso para…
El autor de este escrito es diafroterapeuta; es decir, especialista en el diafragma. Ese músculo que permite la respiración y la difusión de la energía pránica. Si nos damos los permisos contemplados en el texto, y sobre todo, si aprendemos a respirar diafragmáticamente, tal vez podríamos reconciliarnos con nuestras emociones ocultas que han vivido atrapadas en la rigidez de nuestro cuerpo. Podríamos, acaso, aflojar las corazas musculares que impiden que nuestro organismo disfrute de su ancestral plenitud.