Era un estadounidense de renombre: propietario de numerosos inmuebles, accionista de grandes empresas y dueño de jugosas cuentas bancarias. Sin embargo, a fuerza de emplear toda su energía en la administración de sus incontables riquezas, un día le vino a la mente un pensamiento: ¿Tendrá la vida un significado? Y si lo tiene, ¿no será un desperdicio emplear todo el tiempo del que se dispone en el afán único de amasar cuantiosas fortunas?
Con el paso de los días, y preocupado porque esta idea no se apartaba de su mente, su salud emocional empezó a debilitarse. Buscó la ayuda de psicólogos y psiquiatras, pero ningún tratamiento lograba sacarlo de ese estado de turbación en el que había caído.
En alguna ocasión, alguien le comentó que, en una región casi inaccesible de los Himalayas, vivía un sabio. Le recomendaron que lo visitara; que le hiciera la pregunta que atormentaba su mente; y le dijeron que tal vez ese anciano pudiera revelarle cuál es el significado de la vida y, una vez escuchada su respuesta, podría hacer los ajustes necesarios para modificar su tren de vida.
Tan urgido estaba de obtener esa información que, sin pensarlo dos veces, vendió algunas de sus más grandes posesiones, retiró fuertes cantidades de dinero de sus cuentas de banco y partió hacia el Tíbet milenario.
Ocho largos años se pasó de pueblo en pueblo recorriendo santuarios, ermitas y lugares de retiro; hasta que un día, cuando ya la desesperación comenzaba a invadirlo, un pastor de yaks le dijo dónde vivía el eremita al que todos los habitantes de la región consideraban el hombre más sabio y más santo.
Nuestro empresario yanqui, sumamente exaltado, imploró al pastor para que le dijera cómo llegar a la morada del sabio. El lugar estaba tan escondido entre las escarpadas laderas de la montaña, que todavía tardó casi un año en llegar hasta la rústica morada del asceta.
Cuando finalmente estuvo frente a él, el venerable lama le preguntó:
— ¿Qué puedo hacer por ti, hijo mío?
— Maestro —exclamó el empresario lleno de congoja—: ¡Necesito conocer, me urge saber, cuál es el significado de la vida! ¡No puedo seguir acometiendo acciones, realizando obras, invirtiendo mi tiempo en actividades, si no encuentro primero una respuesta razonable a esta cuestión que ha robado mi tranquilidad!
— ¿Qué cuál es el significado de la vida? —preguntó el lama con toda la paz del mundo.
— ¡Sí! ¿Cuál es?
— La vida, hijo mío —contestó el anciano sin dudar un instante—, es un río sin fin.
Se produjo un espacio de silencio y, como la respuesta no llenaba las desbordadas expectativas del empresario, volvió a preguntar con ostensibles muestras de enojo:
— ¿Eso es todo lo que tienes qué decirme? ¿Qué la vida es un río sin fin? ¡He gastado miles de dólares y he viajado nueve años buscándote! Y ahora me sales con que «La vida es un río sin fin».
— Escucha bien, hijo mío —dijo el anciano sin perder la serenidad—: El verdadero significado de la vida nadie te lo puede explicar. La vida es tuya y de nadie más. Y tuya tendrá que ser también la respuesta que le des a esa gran interrogante. Nadie mejor que tú puede saberlo. Y, ¿sabes por qué? Porque la vida es individual y cada quien debe descubrir qué es lo que debe hacer con ella.
COMENTARIO: Aunque el proceso de la vida no es responsabilidad única de nosotros; es decir, aunque la familia, la escuela, la alimentación, la formación espiritual y otros muchos factores, tienen mucho qué ver con la vida de una persona, la única forma de conocerla es viviéndola. Ni los dogmas ni las filosofías pueden decirle a alguien cuál es el significado de la vida. Porque la vida no es un constructo mental. La vida es una realidad que nos está sucediendo cada vez que respiramos, cada vez que nuestro corazón palpita, cada vez que un pensamiento nos asalta, cada vez que iniciamos una actividad. El sentido que le damos a la vida se refleja en las decisiones que tomamos, en las metas que pretendemos alcanzar, en los compromisos que nos echamos a cuestas, en el estilo de vida que adoptamos, en las libertades que tomamos, en las restricciones que nos imponemos y en los anhelos con los que soñamos.
Las ideas del COMENTARIO de este escrito fueron tomadas de un artículo que Ramón de la Peña publicó en el periódico El Norte el sábado 21 de abril de 2007. El relato es uno de los muchos apólogos que OSHO utilizó para dar sus enseñanzas.
Era un estadounidense de renombre: propietario de numerosos inmuebles, accionista de grandes empresas y dueño de jugosas cuentas bancarias. Sin embargo, a fuerza de emplear toda su energía en la administración de sus incontables riquezas, un día le vino a la mente un pensamiento: ¿Tendrá la vida un significado? Y si lo tiene, ¿no será un desperdicio emplear todo el tiempo del que se dispone en el afán único de amasar cuantiosas fortunas?
Con el paso de los días, y preocupado porque esta idea no se apartaba de su mente, su salud emocional empezó a debilitarse. Buscó la ayuda de psicólogos y psiquiatras, pero ningún tratamiento lograba sacarlo de ese estado de turbación en el que había caído.
En alguna ocasión, alguien le comentó que, en una región casi inaccesible de los Himalayas, vivía un sabio. Le recomendaron que lo visitara; que le hiciera la pregunta que atormentaba su mente; y le dijeron que tal vez ese anciano pudiera revelarle cuál es el significado de la vida y, una vez escuchada su respuesta, podría hacer los ajustes necesarios para modificar su tren de vida.
Tan urgido estaba de obtener esa información que, sin pensarlo dos veces, vendió algunas de sus más grandes posesiones, retiró fuertes cantidades de dinero de sus cuentas de banco y partió hacia el Tíbet milenario.
Ocho largos años se pasó de pueblo en pueblo recorriendo santuarios, ermitas y lugares de retiro; hasta que un día, cuando ya la desesperación comenzaba a invadirlo, un pastor de yaks le dijo dónde vivía el eremita al que todos los habitantes de la región consideraban el hombre más sabio y más santo.
Nuestro empresario yanqui, sumamente exaltado, imploró al pastor para que le dijera cómo llegar a la morada del sabio. El lugar estaba tan escondido entre las escarpadas laderas de la montaña, que todavía tardó casi un año en llegar hasta la rústica morada del asceta.
Cuando finalmente estuvo frente a él, el venerable lama le preguntó:
— ¿Qué puedo hacer por ti, hijo mío?
— Maestro —exclamó el empresario lleno de congoja—: ¡Necesito conocer, me urge saber, cuál es el significado de la vida! ¡No puedo seguir acometiendo acciones, realizando obras, invirtiendo mi tiempo en actividades, si no encuentro primero una respuesta razonable a esta cuestión que ha robado mi tranquilidad!
— ¿Qué cuál es el significado de la vida? —preguntó el lama con toda la paz del mundo.
— ¡Sí! ¿Cuál es?
— La vida, hijo mío —contestó el anciano sin dudar un instante—, es un río sin fin.
Se produjo un espacio de silencio y, como la respuesta no llenaba las desbordadas expectativas del empresario, volvió a preguntar con ostensibles muestras de enojo:
— ¿Eso es todo lo que tienes qué decirme? ¿Qué la vida es un río sin fin? ¡He gastado miles de dólares y he viajado nueve años buscándote! Y ahora me sales con que «La vida es un río sin fin».
— Escucha bien, hijo mío —dijo el anciano sin perder la serenidad—: El verdadero significado de la vida nadie te lo puede explicar. La vida es tuya y de nadie más. Y tuya tendrá que ser también la respuesta que le des a esa gran interrogante. Nadie mejor que tú puede saberlo. Y, ¿sabes por qué? Porque la vida es individual y cada quien debe descubrir qué es lo que debe hacer con ella.
COMENTARIO: Aunque el proceso de la vida no es responsabilidad única de nosotros; es decir, aunque la familia, la escuela, la alimentación, la formación espiritual y otros muchos factores, tienen mucho qué ver con la vida de una persona, la única forma de conocerla es viviéndola. Ni los dogmas ni las filosofías pueden decirle a alguien cuál es el significado de la vida. Porque la vida no es un constructo mental. La vida es una realidad que nos está sucediendo cada vez que respiramos, cada vez que nuestro corazón palpita, cada vez que un pensamiento nos asalta, cada vez que iniciamos una actividad. El sentido que le damos a la vida se refleja en las decisiones que tomamos, en las metas que pretendemos alcanzar, en los compromisos que nos echamos a cuestas, en el estilo de vida que adoptamos, en las libertades que tomamos, en las restricciones que nos imponemos y en los anhelos con los que soñamos.
Las ideas del COMENTARIO de este escrito fueron tomadas de un artículo que Ramón de la Peña publicó en el periódico El Norte el sábado 21 de abril de 2007. El relato es uno de los muchos apólogos que OSHO utilizó para dar sus enseñanzas.