Lograr que este sentimiento aparezca en nosotros no es algo fácil ni sencillo. Sin embargo, es la cualidad que más se necesita poseer para avanzar por el camino que conduce a la Iluminación.
Pero hay que tener cuidado de no formarse un significado torcido del concepto. La compasión es mucho más noble y más grandiosa que la lástima. Sentir lástima por alguien no sólo nos conecta con las raíces de nuestros miedos; sino que, también, le añade a nuestros sentimientos fuertes dosis de arrogancia y de condescendencia; y a veces, incluso, hace que nazca en nosotros una complacida sensación de «¡me alegro de no ser yo quien pasa por ese trance!».
Si queremos despertar en nosotros el generoso sentimiento de la compasión, es necesario, primero, abrir el manantial por donde ha de brotar. Esto puede lograrse evocando el amor inconmensurable que una persona sintió por nosotros: nuestra madre, por ejemplo.
Después, tenemos que despertar en nuestro interior la convicción de que los demás son iguales a nosotros; y que, como nosotros, también desean ser felices y tienen derecho a serlo. Si todos los habitantes del planeta aprendiéramos a ver a los demás como otros «yo», la paz del mundo y la feliz coexistencia de los hombres y de los pueblos, fueran una deliciosa realidad.
Finalmente, tenemos que realizar prácticas de empatía. Esos ejercicios de cambiarnos por los demás, de caminar en sus mocasines, de ponernos en el lugar de ellos, hace que se transfiera nuestra apreciación habitual, hace que se debiliten nuestros dominios sobre el apego, hace que el mimo y el apapacho que le prodigamos a nuestro ego disminuya, permitiendo así que se despeje la fuente de la compasión.
En el Tíbet precomunista se decía que el mendigo que implora nuestra ayuda y la anciana achacosa que hace que se encoja de pena nuestro corazón, son budas disfrazados que se nos manifiestan para que nazca nuestra compasión y podamos avanzar hacia el estado de buda.
Los conceptos que aparecen en estos párrafos fueron tomados
De El libro tibetano de la vida y de la muerte de Sogyal Rimpoché.
Lograr que este sentimiento aparezca en nosotros no es algo fácil ni sencillo. Sin embargo, es la cualidad que más se necesita poseer para avanzar por el camino que conduce a la Iluminación.
Pero hay que tener cuidado de no formarse un significado torcido del concepto. La compasión es mucho más noble y más grandiosa que la lástima. Sentir lástima por alguien no sólo nos conecta con las raíces de nuestros miedos; sino que, también, le añade a nuestros sentimientos fuertes dosis de arrogancia y de condescendencia; y a veces, incluso, hace que nazca en nosotros una complacida sensación de «¡me alegro de no ser yo quien pasa por ese trance!».
Si queremos despertar en nosotros el generoso sentimiento de la compasión, es necesario, primero, abrir el manantial por donde ha de brotar. Esto puede lograrse evocando el amor inconmensurable que una persona sintió por nosotros: nuestra madre, por ejemplo.
Después, tenemos que despertar en nuestro interior la convicción de que los demás son iguales a nosotros; y que, como nosotros, también desean ser felices y tienen derecho a serlo. Si todos los habitantes del planeta aprendiéramos a ver a los demás como otros «yo», la paz del mundo y la feliz coexistencia de los hombres y de los pueblos, fueran una deliciosa realidad.
Finalmente, tenemos que realizar prácticas de empatía. Esos ejercicios de cambiarnos por los demás, de caminar en sus mocasines, de ponernos en el lugar de ellos, hace que se transfiera nuestra apreciación habitual, hace que se debiliten nuestros dominios sobre el apego, hace que el mimo y el apapacho que le prodigamos a nuestro ego disminuya, permitiendo así que se despeje la fuente de la compasión.
En el Tíbet precomunista se decía que el mendigo que implora nuestra ayuda y la anciana achacosa que hace que se encoja de pena nuestro corazón, son budas disfrazados que se nos manifiestan para que nazca nuestra compasión y podamos avanzar hacia el estado de buda.
Los conceptos que aparecen en estos párrafos fueron tomados
De El libro tibetano de la vida y de la muerte de Sogyal Rimpoché.