En realidad, el ego es una carencia. Como no sabemos quiénes somos, suplimos esa ausencia formándonos una imagen improvisada hecha de remiendos de nosotros mismos.

El ego es un ente camaleónico y charlatán que se pasa la vida de argumento en argumento, con el propósito de mantener viva en nuestra mente la peregrina idea de que existimos como nos concebimos.

″Dakdzin″ es el término que los tibetanos emplean para designarlo. El significado literal de este nombre es ″aferrarse a un yo″.

El ego, pues, se define como el movimiento incesante que se despliega para inducirnos a adoptar la ilusoria noción del yo, de lo mío y de los otros, junto con todos los conceptos, deseos y acciones que sostienen ese error.

Este afán de asirse con denuedo a estas ficciones, está condenado al fracaso; pues, la existencia de ese yo que hemos prefabricado, carece de toda base y realidad, porque el ego al que nos aferramos es por naturaleza inasible.

La misma inclinación que nos orilla a apegarnos a ese yo, indica que, en lo profundo de nuestro ser, sabemos que carece de existencia inherente; y, a fin de cuentas, sólo se convierte en un conocimiento perturbador del que brotan nuestros temores y nuestras inseguridades fundamentales.

Este texto fue redactado con base en las ideas que sobre el tema aparecen en el libro ″Destellos de sabiduría″ de Sogyal Rinpoche, Editorial Urano.