La muerte es un problema ─decía Manuel Acuña, el de Saltillo─ cuyo sólo enunciado nos espanta. Este acontecimiento es considerado como algo trágico, doloroso e indeseable.

Pero, la verdad, tenemos que cambiar la percepción que de ella tenemos; pues, si la ignoramos ─afirma Daisaku Ikeda─, estaremos condenados a vivir espiritualmente insatisfechos.

El budismo apoya la idea de que todo lo que existe en el Universo es parte de un inmenso tejido de interconexiones. Entonces, si las galaxias, las estrellas, los planetas, los vegetales, los animales, todo lo que existe, nacen, prosperan y desaparecen, ¿por qué no habría de suceder lo mismo con los seres humanos?

En mi condición de budista ─expresa el Dalai Lama─ contemplo la muerte como un proceso normal. La acepto como una realidad que ha de ocurrir. Todos los seres que disfrutan o padecen esta existencia terrenal, deben asumir que un día, próximo o lejano, van a morir.

Y si estoy convencido de que no puedo eludirla, porque ella se comporta como un juez insobornable ─sigue diciendo el guía espiritual de los tibetanos─, no tiene sentido que me preocupe por ella. Para mí, la muerte es como un cambio de ropa. Si la que ahora visto está vieja y desgastada, una indumentaria nueva siempre es bienvenida.

Con este criterio, aunque la muerte es impredecible, pues no sabemos cómo y cuándo ocurrirá ─pero, inexorablemente, ese momento llegará─ resulta más que sensato tomar las precauciones del caso. Si queremos morir bien, tenemos que vivir bien.

Gran parte de las ideas expresadas este texto se tomaron de algún discurso, conferencia o enseñanza impartidos por S. S. el Dalai Lama y recogidos por Sogyal Rimpoché en el libro ″Destellos de sabiduría″, Editorial Urano