El Blog de Don César

El dedo no es la Luna

Sanyaya, tío de Shariputra, estaba ansioso por conocer al Buda. Esta ansiedad se le acrecentaba cuando reflexionaba sobre lo que su sobrino había vivido: «Está dotado de gran inteligencia —pensaba—. Anduvo en pos del Buda y, escuchándolo, se convirtió en uno de sus discípulos más sobresalientes».

Acicateado por estas ideas, buscó al Buda, se acercó al Iluminado y le preguntó:

— Gautama: ¿cuál es tu enseñanza? ¿Cuáles son tus doctrinas? A mí en lo personal me disgustan las teorías y las doctrinas. No me suscribo a ninguna de ellas.

El Buda, sonriendo, le preguntó:

— Entonces, ¿la doctrina a la que estás suscrito te recomienda no creer en ninguna doctrina?

—Sí —contestó.

—¿Y crees en la doctrina del no creer?

El Buda había puesto el dedo en la llaga, pues Sanyaya estaba orgulloso de su creencia en la no creencia.

— Escúchame —le dijo el Buda con gran dulzura—. Cuando una persona se engancha en la creencia en una doctrina, pierde su libertad de pensamiento. Se vuelve dogmático. Le da por creer que su doctrina es la única verdad y que todas las demás son herejías. Con una visión tan estrecha como esa, van a surgir conflictos, incluso guerras. Apegarse demasiado a las ideas es un gran impedimento para el camino espiritual, porque la puerta que conduce a la verdad, se cierra.

— Mi enseñanza no es una doctrina ni una filosofía —continuó el Despierto—. Tampoco es el resultado de mis conjeturas. Lo que yo digo viene de mi propia experiencia. Yo enseño que todo es impermanente, que nada tiene una entidad separada, que todas las cosas dependen unas de otras para poder existir y para mantenerse y que no hay una fuente única u original de la que surja todo lo demás. Yo he llegado a experimentar estas verdades directamente y tú también puedes hacerlo. Mi objetivo no es explicar el Universo, sino ayudar a los demás para que tengan una experiencia directa de la realidad. Mi enseñanza no es la realidad. Lo que yo enseño sólo es un método que lleva al candidato a experimentar la realidad, de la misma manera que el dedo que señala la luna, no es la luna. Una persona inteligente que quiere ver la luna enrumba la mirada en la dirección que señala el dedo. Quien se quede apegado al dedo, nunca verá la luna.

— Mi enseñanza es como el bote que se utiliza para cruzar el río —termino diciendo el Buda—. ¡Sólo a un tonto se le ocurriría cargar con el bote cuando llega a la otra orilla, que es la liberación!

Cuento budista