Los seres humanos nos esforzamos demasiado en adquirir más alimentos y más ropa, enseres, bienes muebles e inmuebles que los que realmente se requieren para sobrevivir. Este afán es tan fuerte que, a veces, se convierte en algo compulsivo, casi en una obsesión.

Si se recapacitara un poco en la impermanencia, se caería en la cuenta de que la energía que se necesita para poseer todo lo que se anhela representa una inversión, no sólo excesiva, sino poco recomendable; porque, a fin de cuentas, todo lo que se adquiere no va con nosotros cuando morimos.

Los tibetanos usan la palabra ″lü″ para designar al cuerpo. Para ellos ″lü″ significa ″lo que se queda″; algo así como ″el equipaje″. La expresión ″lü″ les trae a la mente la idea de que sólo son viajeros que, temporalmente, se alojan en este cuerpo durante esta vida.

Por eso, los habitantes de ″el techo del mundo″ han desarrollado esa impresionante tradición espiritual que sorprende al mundo: ellos no se distraen obteniendo comodidades para esta pasajera vida. Se dan por satisfechos con algo de comida, un poco de ropa y un techo sobre sus cabezas y utilizan su tiempo en lo que realmente importa.

Nosotros, en cambio, convertimos en una distracción insana las necesidades de supervivencia. Es aquí donde yo me hago la siguiente pregunta: ¿Quién en su sano juicio invierte su tiempo y su dinero en redecorar a su gusto la habitación del hotel donde se hospeda?

Este texto fue redactado con base en las ideas que sobre el tema aparecen en el libro ″Destellos de sabiduría″, Editorial Urano de Sogyal Rinpoche