El Blog de Don César

El dharma es lo que cuenta

Cierta vez, el Buda se hospedó en el cobertizo de un alfarero con el fin de pasar la noche. Cuando entró en él, ya se encontraba allí un joven asceta. Cuando el Iluminado lo vio, tuvo este pensamiento: «Digno es el porte de este joven. Acaso resulte útil si lo interrogo».
─¡Oh, asceta! ─le dijo─. ¿En quién has confiado para abandonar la vida de hogar? ¿Quién es tu maestro? ¿De quién es la doctrina que más te agrada?
─¡Oh, amigo! ─respondió el joven─. Hay un hombre llamado Gautama, descendiente de los Sakyas, que ha abandonado a su familia para convertirse en asceta. Pública es su elevada reputación de arhat, de ser un contemplativo totalmente Iluminado. En esa sublime persona he confiado al convertirme en asceta. Él es mi maestro y suya es la doctrina que más me agrada.
─¿Dónde reside actualmente ese sublime arhat?
─En los países del norte, amigo ─contestó el joven─, hay una ciudad llamada Savatthi; allí reside actualmente ese ser totalmente Iluminado.
─¿Has visto alguna vez a esa sublime persona? ¿Si le vieses podrías reconocerle?
─No; nunca vi a ese sublime ser ─contestó con sinceridad el joven asceta─. Y si le viese, no podría reconocerle.
El Buda comprendió que era por él que este joven desconocido había abandonado la vida de hogar y se había convertido en asceta. Pero, sin divulgar su identidad, se dirigió al joven diciendo:
─¡Oh, asceta! Voy a enseñarte la doctrina. Escucha, presta atención a lo que hablaré.
─Así sea, amigo ─contestó el joven.
Y el Buda pronunció para este joven un discurso extraordinario. En él le explicó la verdad. Al final de la alocución el muchacho sintió que su mente se llenaba de luz; e, inmediatamente, reconoció que el hombre que le instruía era el Buda.
Púsose entonces de pie y acercándose al Maestro e inclinándose reverentemente a sus pies, le pidió disculpas por haberle dado, equivocadamente, el tratamiento de amigo. Luego, le rogó que lo ordenara y lo admitiera en la orden monástica de la Sangha.
Ante tal requerimiento, el Buda le preguntó:
─¿Tienes la escudilla y las tres túnicas que todo monje debe poseer?
─No tengo nada de eso conmigo ─repuso con tristeza el muchacho─; pero las conseguiré.
Cuando el joven se enteró de que los Tathagatas no ordenaban a quien no tuviera esos enseres, salió en busca de ellas. Pero, desgraciadamente, cuando apenas se había alejado unos pocos cientos de metros, fue corneado por una vaca enfurecida y murió.
Cuando esta triste noticia le fue comunicada al Buda, este dijo:
─Ese joven asceta era un sabio que ya había aprehendido la verdad; ya había alcanzado la penúltima etapa hacia el Nirvana. Seguramente, renacerá en un mundo donde se convertirá en arhat y, finalmente, morirá para no retornar jamás a este mundo.

COMENTARIO: Este relato demuestra claramente que cuando la doctrina es buena, los efectos benéficos del aprendizaje se manifiestan en el contemplativo sin importar quién es el autor de la enseñanza. A los auténticos buscadores de la verdad les es indiferente de dónde provienen las ideas. La fuente y el desarrollo de las doctrinas es asunto propio de los académicos. En realidad, para comprender la verdad, ni siquiera es preciso saber si la enseñanza adoptada es del Buda o de otro. Lo esencial es estudiar y comprender la enseñanza. Cuando el medicamento es bueno, la enfermedad será curada. Poco importa saber quién preparó la medicina y cuál es su procedencia.

Walpola Rahula
Tomado del libro Lo que el Buda enseñó